Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 48

Connor parpadeó y dejó que la vista se le acostumbrara al fulgor de color extraño que despedían los neones de la calle de debajo del apartamento, algo difuminado por la silenciosa lluvia que caía. No estaba acostumbrado a estas ventanas abovedadas y la luz que se filtraba a través de las cortinas casi transparentes. No estaba acostumbrado a pasar la noche fuera de casa. Solía jugar con una mujer en el Pleasure Dome y si eso iba acompañado de sexo, lo hacían casi siempre en una de las salitas a modo de reservado que había para hacerlo. No era habitual que llevara a una mujer a casa e incluso en ese caso, cuando veía que estaba bien, la llevaba a casa en coche o le llamaba un taxi. La posibilidad de crear falsas esperanzas era mayor si dejaba que la mujer se quedara en casa y aún más si él se quedaba en la de ella. Y a pesar de todo, había hecho ambas cosas con Mischa. No había habido lugar a dudas el viernes por la noche y tampoco esta noche. ¿O fue anoche? Miró el pequeño reloj que había encima de la mesita. Eran casi las cinco de la mañana. Se había quedado a pasar la noche y, una vez más, se había despertado en la penumbra con Mischa a su lado. Y eso le gustaba. Se dio la vuelta para contemplar la suave curva de su cuerpo bajo las sábanas. Era la mujer más femenina que había visto nunca. Curvas por doquier, en caderas, pechos y una ligera redondez en su vientre, muslos y trasero que la hacían mucho más atractiva que esas modelos esqueléticas. Todo en ella era suavidad. Estaba completamente tapada y solo se le veía la cabeza por debajo del edredón blanco. Su pelo rubio cubría la almohada como un abanico de hilos de seda sumido en la luz ambarina y ligeramente rosada que entraba por las ventanas. Pero, a pesar de todo, sabía cuál era el color; un color tan claro que era casi blanco con algunos destellos dorados. Como una piedra preciosa; como de gran valor… Se frotó la barbilla y notó el vello que se le clavaba en las yemas de los dedos. Era valiosa… No lo entendía y tampoco quería hacerlo. Esta mujer le estaba volviendo loco. Y era más que por el sexo, que era increíble, también por la expresión lasciva y de entrega que se asomaba a su rostro. Le gustaba el contraste que había entre la fuerza y la aptitud en su vida diaria —tenía la sensación de que Mischa era de esa clase de mujeres que no dejaban que nadie las pisara— y la vulnerabilidad que le había demostrado la noche anterior. Fue impresionante ser testigo de algo semejante. Le encantaba ver eso en ella, lo que explicaba por qué estaba ahí sentado, contemplándola mientras dormía, por segunda vez consecutiva. Eso podría explicarlo, sí. No sabía qué narices le pasaba. Algo le pasaba, eso estaba claro. No recordaba haber tenido este comportamiento con ninguna otra persona. Ni con ninguna mujer con la que hubiera jugado en el club o con la que se hubiera acostado. Ni siquiera en los primeros días con su exmujer, Ginny. Ese fue uno de sus mayores errores. No estaban hechos el uno para el otro. Bueno, él no estaba hecho para estar con ninguna mujer a largo plazo. Lo sabía; siempre lo había sabido. Era hijo de su padre, ¿no? Tenía su mismo temperamento, aunque llevara años controlándolo. Los genes eran los genes. Sabía que los mantenía a raya dentro de los estrictos límites del juego de BDSM, que era algo casi terapéutico para él. Pero ¿y en una relación de verdad? Solía estar malhumorado y tosco con ella. Vamos, se había portado como un imbécil y ella no se lo merecía. Y eso de que eran jóvenes no era ninguna excusa. Él ya era un hombre hecho y derecho a los veinte. O debería haberlo sido. No tendría que haberse casado con la muchacha… No sabía en qué estaba pensando. No tenía derecho. Se frotó la barba con fuerza. ¿Por qué pensaba en esto ahora? No iba a casarse con esta chica. Solo la estaba… mirando. Apreciándola. ¿Qué hombre no lo haría? Aunque lo único que le veía era el pelo, una mejilla pálida y su exuberante boca roja, que lo era tanto como cuando llevaba el pintalabios