Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 46

Empezaba a notarle más pesado, pero ella no tenía fuerzas suficientes para pedirle que se apartara y en realidad tampoco quería. La parte de su mente que ya pensaba con mayor claridad temía que cuando él se apartara ella echara a correr. Pero a medida que ambos recobraban el aliento, en lugar de disipar sus dudas y su pánico, estos no hicieron más que aumentar. Cada vez estaba más y más segura de que le había dado demasiado de sí misma y que hacerlo era muy peligroso. De que había salido de su escondite con este hombre. Al final, Mischa se lanzó: —Connor. —¿Mmm? ¿Qué pasa, nena? —Tengo que… tengo que levantarme. Necesito moverme. Él levantó la cabeza para mirarla a los ojos. Se quedó así un momento, escudriñando su rostro a medida que aumentaba la tensión en su interior y hasta que ella misma creyó que iba a gritar. Tuvo que morderse el labio para no hacerlo. —¿Has tocado fondo? —No. No. Es que… Connor, ayúdame a incorporarme. —Claro. Él se apartó de encima y se quitó el condón del pene, cada vez más flácido. Ella se sentó en la cama; respiraba con dificultad como cuando estaban haciendo el amor. —De acuerdo, está bien. —Se pasó una mano por la melena alborotada—. Mira… tengo que irme. Él le puso una mano en el brazo. Mischa trató de zafarse de él, pero Connor se mantenía firme y le dijo con suavidad: —¿Dónde quieres ir? —Quiero salir. —Tragó saliva y se odió por las lágrimas que se notaba ya en los ojos. —No pasa nada —le dijo él. Mischa volvió la cabeza. Sabía que se estaba comportando como una chiquilla, pero no podía evitarlo. Connor se apoyó en sus hombros con ambas manos. Le brillaban los ojos, algo soñolientos, aunque aún conservaban ese aire de autoridad habitual. —Te ha entrado el pánico. —Ya ves. —¿Por qué? —¡Porque esto no está bien! No soy ninguna niñata sumisa a la que puedas dar órdenes. No soy ninguna… debilucha que no sabe pensar solita. —Nunca he dicho que lo fueras. —No, pero tus actos así lo insinúan. Ella estaba temblando ya; los espasmos la sacudían entera. —Mischa —repitió él como si supiera que al decir su nombre llamaría su atención. Lo consiguió —. Esto es tocar fondo: sentir pánico y escalofríos. No digo que no tengas preocupaciones de verdad, pero el pánico es una respuesta química a la sobrecarga de estimulación. Déjame ayudarte. —¿Por qué? Si no te importo nada. Y no hace falta que lo hagas… no me refiero a eso. ¿Pero qué estaba diciendo? Ya no estaba segura. Lo único que sabía es que tenía que marcharse de ahí o conseguir que se fuera él. Le daba igual parecer una histérica. —No hace falta, es verdad —repuso él en voz baja—, pero lo haré. —¿Qué dices?