Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 44

gran polla dentro. Necesitaba que siguiera azotándola. —Connor… —Shhh. —Sus dedos se quedaron quietos—. Hablarás solamente cuando te lo pida. ¿Queda claro? —Sí. Sí… oh… —Buena chica. —Siguió bombeando con los dedos—. Estate todo lo quieta que puedas. Hazlo por mí. Volvió a inmovilizarle las muñecas con una mano; parecía que quería ayudarla a controlar su propio cuerpo. Mientras, le extraía los dedos de la otra mano de su sexo y los cambiaba por su gran pulgar para poder presionarle el clítoris mejor. Mischa necesitaba moverse, arquear un poco la espalda y acercarse más a su mano, pero no lo hizo porque sabía que él no quería. Tenía la mente completamente en blanco, embriagada por un placer torturador a la par que exquisito. Estaba a punto de correrse. Él paró y le dio un apretón en las muñecas lo suficientemente fuerte para que le doliera y apartarla un poco del borde del clímax. Ella gimoteó; no podía creer que le hiciera algo así. Connor se le acercó al oído y le susurró: —Lo sé, cariño. Sé que es duro, pero es por tu bien. Confía en mí. Cuando permita que te corras, explotarás como un puto cohete. Tendrás el mejor orgasmo de tu vida. Déjate llevar. Entrégate a mí por completo. Va, respiremos otra vez. Ella lo intentó, pero por mucho que se esforzara respiraba entrecortadamente. Él siguió hablándole con una voz suave hasta que pudo llenar bien los pulmones, a pesar de la apremiante necesidad que sentía. Y, al final, siguiendo sus instrucciones, pudo recobrar el control. «Recobrar el control.» ¿Acaso no era eso lo que ella quería? No obstante, decía cedérselo todo a él antes… No lo entendía. No tenía tiempo; él la tumbó de espaldas y se inclinó para acercar su boca al sexo. —Oh… Joder… Tenía los labios calientes y la lengua húmeda y suave como la seda mientras la deslizaba entre los pliegues de su sexo, hinchados de la excitación, para luego introducirla. Se esmeró dentro de ella, todo suavidad. Era una sensación indescriptible. El placer volvía a envolverlo todo. Él se tomó su tiempo, moviendo la lengua suavemente dentro de ella, sacándola e introduciéndola otra vez. Mientras, le sujetaba las nalgas con ambas manos, apretándolas lo suficiente y de una forma posesiva. Ella notó su sedoso pelo oscuro en la cara interna de los muslos. Le encantaban los contrastes: su suave boca, sus manos duras, el satén de su pelo, la tosquedad de su barba incipiente. Se retorcía un poco, pero él se lo permitía; esta vez no la estaba controlando tanto. Estaba cerca… muy cerca de… Él se apartó. —Mischa, mírame. Ella abrió los ojos; no se había dado cuenta de que los tenía cerrados. Y sus miradas se cruzaron. Él tenía las pupilas dilatadas; el tono verde de sus ojos brillaba con destellos dorados. Eran los ojos de un gato salvaje. Su boca aún estaba mojada con su flujo y entreabierta por el deseo. Notó una punzada de anhelo al ver la expresión de su rostro. —Ahora te vas a correr —le dijo en voz baja. —Sí… por favor. —Te correrás para mí, cariño. ¿Lo entiendes? Para mí. —Sí. Sí.