Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 42

Ella sonrió y se puso en pie. Connor la acogió entre sus brazos tan deprisa que llegó a marearse un poco. Le dio la vuelta y la tumbó boca abajo en el sofá; el quimono le había desaparecido por arte de magia. Con una sola mano le inmovilizó las muñecas por la espalda. Ella empezó a jadear al instante, sorprendida por lo rápido que la había desnudado y la había puesto en esa postura de sumisión. También entendía, aunque de una forma algo distante, que él había usado el elemento sorpresa para romper cualquier muro que ella pudiera haber construido a modo de defensa. No le daba miedo; pocas cosas le daban miedo ya. Confiaba en él por todos los motivos que ya le había dado y la verdad es que todo funcionaba a la perfección de momento. Todo iba bien salvo esa vocecita en su interior que le decía que fuera más despacio, que recuperara un poco el equilibrio entre ambos, pero estaba demasiado excitada para hacerle caso. Él se inclinó y le susurró al oído, como si le leyera los pensamientos: —Ahora relájate. Cédemelo todo a mí. No hace falta que te resistas o que te pelees contigo misma por nada. Hazlo y ya está. Es fácil. —No lo es —dijo ella con la voz entrecortada. Entonces se dio cuenta de que en parte sí se estaba resistiendo un poco, como si no quisiera ceder todo el control. Vaya, tenía la cabeza hecha un lío, mierda. —Es tan fácil como quieras hacerlo, Mischa. Ella trató de sacudir la cabeza, pero él le presionó la nuca con una mano. Era suave, pero lo suficiente para presionarle la mejilla en los cojines del sofá. Y con la otra mano, seguía sujetándole las muñecas en la parte baja de la espalda. Ella empezó a temblar por los nervios y por el deseo, que la poseía en una serie de pequeños destellos, como si fueran descargas eléctricas. ¿Cómo sabía él que respondería así, si ni ella misma se conocía? Se le puso encima hasta susurrarle en el pelo, casi: —Sé por lo que estás pasando, Mischa. Luchas contra esto, pero la lucha dificulta las cosas. Reconozco que me gusta un poco, pero cuando dejes de luchar es cuando podremos empezar de verdad. Será entonces cuando lo sientas de una forma sublime. Ese es mi objetivo contigo, cariño. Llevarte allí. —No… no sé… —Su nerviosismo era cada vez mayor mientras se retorcía. Se dio cuenta de que no podía zafarse de él. —Yo sí lo sé. Veo esa capacidad en ti. La respuesta sumisa a incluso el tono de voz y el roce más sutil. Eso no significa que vayas a ser una especie de esclava. Hay un abismo de diferencia. No te preocupes por eso, solamente déjate llevar. Deja que suceda en la medida que puedas. —Flexionó los dedos que se posaban en su nuca y los de la otra mano, con la que le sostenía las muñecas, a modo de recordatorio—. Ahora respira para mí. Inspira hondo y ve soltando el aire despacito, como si meditaras. En realidad, es una especie de meditación por muy extraño que suene, por muy raro que sea pensar en relajarse mientras te tengo agarrada de este modo, pero esa es la cuestión: estás en mis manos. En cuanto lo dijo, ella lo entendió. Hizo lo que le había pedido, inspiró hondo y soltó un poquito de aire. Intentaba con todas sus fuerzas acallar la voz de la cabeza que le decía que era el momento de sentir pánico. Pero el suave tono de su voz diciéndole que respirara una y otra vez la sosegaba. Pasó algún tiempo, no sabía cuánto. Al final, él dijo: —Muy bien. Y la azotó. —¡Oh! —¿Lo soportas bien, Mischa?