Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 23

Mischa explotó entre gritos, levantando las caderas con fuerza hacia su boca y sus dedos. El placer le propinaba unas fuertes sacudidas que la recorrían por todo el cuerpo. —Connor… Ah, joder… La fuerte tormenta de sensaciones amainó, pero él no se detuvo. La estaba follando con los dedos, como había hecho en el taxi, pero esta vez con unos toques fuertes, casi castigadores. Y él seguía succionando el clítoris, que empezaba a dolerle un poco. Sin embargo, le gustaba muchísimo; lo necesitaba, incluso. En cuestión de segundos, o eso le pareció a ella, volvió a llegar al orgasmo. Era increíble. Temblaba toda del placer y las caderas se le arqueaban tanto que él tuvo que sujetarla con fuerza. O a lo mejor es que él simplemente quería hacerlo. Le gustaba todo: sus manos duras y su boca encantadora a la par que ardiente. Y el control que ejercía sobre ella. Poco después, ella yacía entre temblores, como pequeños escalofríos de placer. Connor levantó la cabeza y se secó una mano con la otra, sonriendo. —Ha sido precioso, cielo. Sentir cómo te corrías así; notarlo en la boca… ¿Y si lo volvemos a hacer? Ella rio, algo temblorosa. —Puede que necesite un rato para recuperarme. —Pues lo aprovecharé para desnudarte del todo y meterte en la cama. Antes de que tuviera tiempo a responder, él la levantó y la llevó en brazos por un pasillo corto. No recordaba cuándo había sido la última vez que un hombre la había cogido así, en brazos. La hacía sentir pequeña e increíblemente femenina. Por el rabillo del ojo atisbó unos bocetos enmarcados en las paredes del pasillo poco antes de entrar en el dormitorio, cuya luz encendió él con el codo. La habitación era completamente masculina, con muebles grandes y elegantes de color negro, y una cama enorme de la misma madera oscura con cuatro fuertes postes. El edredón aterciopelado era de tonos grises que iban de más oscuro a más claro en amplias franjas horizontales. No obstante, lo único en lo que podía pensar era en que se la iba a follar ahí mismo. La sentó al borde de la cama. —No te muevas de ahí, Mischa —le dijo en voz muy baja que, a pesar de todo, sonaba llena de autoridad, algo que la excitaba sobremanera y hacía que su corazón palpitara con fuerza. Ella le observó mientras él se descalzaba, se desabotonaba la camisa y se la quitaba. Se le cortó la respiración al ver los músculos de su pecho y espalda, y sus abdominales cincelados. Tenía la piel ligeramente dorada, como si le hubiera dado algo el sol durante el verano. Por el bíceps derecho tenía un tatuaje rojo y negro: un brazalete celta típico de los guerreros, un entramado de nudos con puntas tribales. Era igual de masculino que todo él. En la parte interior del antebrazo izquierdo, llevaba un texto en gaélico, pero le costaba centrarse en sus tatuajes mientras se quitaba los pantalones y dejaba al descubierto sus fuertes y voluminosos muslos, y el bulto aún mayor de su pene erecto debajo de los bóxer negros. Notó un escalofrío. «Tengo que tocarle, sentir su pene en la mano…» Se relamió. —Ahora tú —dijo él mientras se le acercaba con los ojos brillantes. Se inclinó sobre ella, la ayudó a bajarse la cremallera del vestido, que le quitó luego por la cabeza. —Eres muy, muy guapa —le dijo con verdadero asombro—, pero tengo que quitarte esto también. Llevó las manos a su espalda y le desabrochó el sujetador de encaje negro, y ella notó el peso de los pechos, su calor, y los pezones cada vez más duros con el frescor del aire.