Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 182

—Te quiero, preciosa. —Venga, deja que te lave. Connor la enjabonó, la enjuagó con la alcachofa de la ducha, antes de lavarse él. Y, aunque habían pasado mucho tiempo juntos en la ducha, a Connor aquello le pareció más íntimo que nunca. —Connor… Hay algo en haber reconocido eso, que te amo, en saber que tú también me amas, que hace que esto sea diferente. Él asintió. —Nosotros somos diferentes. Hemos dejado que ocurra. Eso nos hace diferentes. —Sí, eso es, exactamente. Salieron de la ducha y él la secó con cuidado, antes de secarse él, y se fueron a la cama cogidos de la mano. Connor la apretaba entre sus brazos cuando se quedaron fritos. Mischa durmió, sin soñar, el sueño más pacífico de su vida. Era de día, con el sol invernal filtrándose por las cortinas de papel de arroz como una niebla blanca. El cuerpo de Mischa estaba caliente a su lado y Connor tenía el brazo medio dormido tras soportar el peso del cuerpo de ella, pero no quería moverse. Connor pensó por un momento en la noche anterior, en todo lo que había ocurrido. Notó como si el cuerpo le fuera a estallar. Tardó varios minutos en comprender que así era la felicidad. Mientras se frotaba la barbilla con la mano que tenía libre, el estómago le rugió. También se moría de hambre. Se dio la vuelta y le dio un beso para despertarla, sonriendo al ver cómo se abrían de golpe esos ojos azules. —Hora de despertarse, cariño —le dijo. —Mmm. De acuerdo, me levanto. Connor la volvió a besar antes de meterse bajo las mantas y agarrarle un pezón entre los dientes. —¡Eh! —Estaba riendo mientras sostenía su cabeza contra su pecho. Connor salió de debajo del edredón gris. —Voy a preparar el desayuno. —Oh, tengo servicio. Fantástico. —Zorra descarada. Le dio la vuelta y le propinó un cachete en su atractivo culo, haciendo que volviera a reír antes de levantarse para ponerse los pantalones de un pijama azul marino de algodón e irse hasta la cocina. Mientras batía unos huevos y preparaba té y tostadas, se dio cuenta de que estaba silbando como si nada, algo que, quizá, no había hecho desde hacía muchísimo tiempo. Se detuvo, negó con la cabeza y dijo: «¡A la mierda!». Y continuó silbando. Llevó una bandeja y dos tazas de té hasta la habitación, encantado de que Mischa estuviera sentada en la cama, con esos ojazos azules brillando y las curvas de sus pechos preciosos asomando por encima de las mantas. Se acomodó a su lado, y con su propio tenedor comía él y le daba bocaditos a ella, mientras daban sorbos al aromático té. —Así pues, ¿qué planes tienes, Mischa? Para Seattle, quiero decir. No había querido ser tan insistente, pero necesitaba saberlo. —Pues bien, he hablado con Billy de Thirteen Roses, y le parece bien ocuparse de las cosas aquí, en gran parte. Todavía tengo que estar allí para hacer tatuajes de vez en cuando, pero él, Greyson y yo