Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 176

relación… No vas a mandar todo el rato. Solo para que te quede claro. —Ni se me ocurriría. —Se detuvo y sus miradas se encontraron. Esos ojos verdes y dorados centelleaban—. De acuerdo, sí que se me ocurriría. Pero tú no me lo permitirás. Porque tú eres tu dueña, Mischa. Es una de las cosas que me encantan de ti. Se moría de ganas de oírlo, de oír que él la quería. Que su necesidad de ella era algo parecido al deseo que ella había sentido por él desde prácticamente el principio. La misma necesidad que le había hecho huir de él. Pero ya no podía seguir corriendo. Ya ni estaba segura de que tuviera que hacerlo. —Cuéntame más, Connor. Se acercó más, le tocó el pelo con los dedos, haciendo que el cuerpo de ella se encendiera y derritiera. —Me encanta tu pelo rubio, su tacto sedoso. Cómo lo llevas siempre perfecto. Y tus labios. El tremendo escarlata de tu lápiz de labios, lo rojos que son incluso sin eso. —Le recorrió el labio inferior con la punta de los dedos y la hizo estremecerse—. Me encanta el tatuaje que me hiciste en la piel, que tu creatividad sea una parte tan importante de ti, que eres capaz de entender esto en mí, lo importante que es. Me encanta tu energía y tu motivación. Me encanta que sientas esa necesidad de conquistar a todo el mundo. Tu pasión. Tu fuego. Se detuvo y ella no pudo contener las lágrimas que le llenaban los ojos. ¡Que un hombre —pero, especialmente, ese hombre— dijera semejantes cosas de ella! —Lo necesito —continuó diciendo—. Necesito a una mujer lo bastante fuerte para encararse conmigo cuando sea necesario. Alguien a quien eso no le dé miedo. Porque, aunque todas mis parejas han sido mujeres sumisas —y no voy a pretender que no quiero eso, tampoco—, lo que realmente he necesitado es una mujer que se pueda someter a mí en el dormitorio o en el club, y que, cuando todo el juego de roles haya terminado, sea tan fuerte como yo. Una igual. Porque no puede haber una pareja si no es entre iguales. Ese es el error que he cometido una y otra vez a lo largo de los años. Pero tú eres mi igual, en todos los sentidos. Jamás lo he dudado, ni por un instante. Ese hombre era maravilloso. Lo podía ver con tanta claridad en la tenue luz de la galería cerrada. En cada línea y plano perfectos de sus rasgos. En la cicatriz que tenía debajo del ojo. En la emoción cruda en su cara. Aun así, le daba miedo. Él le daba miedo. Hacía todo lo que podía para resistirse, pero el miedo no desaparecía. —Es una locura, Connor. —Sí. Seguramente. Ambos tenemos que resolver algunos problemas. Pero no veo por qué no lo podemos hacer juntos. ¿Estás dispuesta, Mischa? Dime que lo estás antes de que pierda la cabeza de verdad. —Connor, quiero. De verdad, todavía intento comprenderlo todo y es… abrumador, esforzarse tanto en confiar que podría funcionar. También tenemos el problema de la distancia… —Estarás aquí la mitad del tiempo. Tú misma lo has dicho. Podemos manejarlo. —Y también tenemos el problema de tu testarudez —continuó al ver que fruncía la ceja—. Y la mía, lo sé. —La testarudez también sirve para superar los malos momentos. Lo sabes tan bien como yo. —Pero Connor… —Tuvo que detenerse. Su corazón era un martillo pequeño y palpitante y tenía el pulso caliente y débil. Pero tenía que preguntarlo—. ¿Qué más hay que pueda mantener esto unido? ¿Qué puede mantenernos unidos? Connor le cogió la cara entre las manos, obligándola a mirarle. —El amor, querida; nos une el amor. Eso es lo que he estado intentando decirte. Y lo habría hecho si hubieras parado de intentar demostrarme que es imposible. Nos une el amor.