Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 161
Ahora sonaba cansada. Pero no derrotada.
Él también estaba cansado. Agotado. Y aunque había esperado que ella estuviera enfadada, no había
previsto que se mostrara tan firme en sus convicciones. Tan decidida a echarlo de allí.
—No pensaba que tuvieras una buena respuesta para mí —dijo ella sin alterarse mientras empezaba
a cerrar la puerta.
—Mischa, ¡espera!
Se precipitó hacia delante, pero se detuvo cuando la puerta se cerraba. ¿Qué diablos iba a hacer?
¿Meter el pie en el umbral? ¿Qué especie de gilipollas sería entonces?
Pero no había tenido la oportunidad de explicarle por qué había venido. Que estaba allí porque la
quería.
Aunque lo hubiera hecho, no estaba seguro de que ella le hubiera creído. O, llegados a ese punto, si
le habría importado.
Mischa se alejó un paso de la puerta, y luego otro. Casi era como si pudiera notar el calor de su
enorme cuerpo al otro lado. Apretó los puños y se clavó las uñas en las palmas hasta que le dolió. Pero
ella lo necesitaba para serenarse.
El pulso le martilleaba en los oídos, con la cabeza dándole vueltas.
¿Qué diablos acababa de ocurrir?
Connor se hallaba ahí, en la puerta de su casa. ¿Qué intentaba demostrar? ¿Era alguna especie de
gesto de nobleza moral, creía que tenía que hacerse perdonar por su comportamiento de mierda? Pues
bien, no lo iba a conseguir.
Dio un paso tentativo hacia la puerta y miró a través de la mirilla. Él estaba de pie al final del corto
tramo de escaleras, dándole la espalda, mirando hacia la calle. Si hubiese sido menos aparatoso, ella ni
siquiera lo habría podido ver. Pero Connor era enorme.
Hubo un momento en que su inmensidad le había resultado reconfortante.
Miró a través del diminuto agujero cómo llegaba a la calle y llamaba a un taxi.
Fue entonces cuando se echó a llorar.
Esta vez las lágrimas no fueron poca cosa, sino enormes sollozos que la hacían estremecerse y que
enseguida le causaron dolor en las costillas. Se envolvió el cuerpo con los brazos como si solo aquel
gesto pudiera contenerlos. Como si ese gesto pudiera evitar que se desmoronara.
¿Por qué había venido a San Francisco cuando ella no había tenido tiempo de recuperar sus
fuerzas? Verlo había sido demasiado. No quería nada más que estar en sus brazos, por muy enfadada
que estuviera.
Pero lo que había hecho era imperdonable. Y aunque no lo fuera… pues bien, no pensaba correr ese
riesgo. No lo podía hacer. Ningún hombre se merecía que ella lo perdiera todo por él, sentir ese
horrible vacío, ese dolor.
Salvo que una pequeña parte de ella le decía que ese hombre sí.
Se dio cuenta de que se había apretado tanto el cinturón de la bata que le estaba cortando la
circulación. Lo soltó, dobló los dedos, aspiró hondo una y otra vez, mientras andaba por la salita.
¿Cómo había permitido que eso sucediera? ¿Cómo había permitido dejar que eso le importara
tanto, joder?
Sabía que había sido espantosamente grosera al ni siquiera permitir que entrara y dijera lo que tenía
que decir. Sabía que había sido impaciente, que si le hubiera dado unos segundos para hablar, él podría
haber dicho… algo que ella habría querido oír. Algo que deseaba desesperadamente. Que era el
motivo por el que lo había rechazado.
Se metió las manos en el pelo mojado y se dejó caer en la gran silla de terciopelo. Dios, apenas