Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 150
olvidó de decirme que tenía que empezar a trabajar temprano.
—¿No se despidió? ¿Ni siquiera te dejó una nota?
—No. Nada.
«Nada. Eso es lo que tengo.»
Ese abismo volvía a amenazar con abrirse y tragársela.
—No me gusta —dijo Dylan—. Deja que llame a Alec y…
—No, por favor, no lo hagas. Ya es bastante terrible que quede como una tonta delante de ti.
—Oh, cielo, no estás quedando como una tonta. Y Alec tampoco lo pensará, te lo prometo.
—Solo… Dejemos que pase un poco más de tiempo. Estoy segura de que escuchará el mensaje que
le he dejado y me llamará más tarde. Me estoy comportando como una estúpida.
—¿Jugó contigo ayer por la noche? —Notó el tono duro en la voz de Dylan.
—Bueno, ha sido más bien a primera hora de la mañana. Solo unos cuantos azotes. Nada duro.
—Misch, estos tipos —el círculo de amigos particular de Alec— siempre juegan duro, sin
importarles el nivel de dolor o, incluso, la ausencia de dolor. Son jugadores muy serios. La dinámica
está siempre en eso.
—Sí —dijo ella, de forma más dócil de lo que habría deseado.
—En ese caso, es un capullo irresponsable por haberse largado sin realizar los cuidados posteriores
adecuados. Eso no está bien. Y lamento estar despotricando. ¿Estás bien? ¿Quieres que vaya contigo?
—No, no cambies tus planes. Como te he dicho, aparecerá tarde o temprano. Solo necesito
calmarme.
—¿Estás segura? No me cuesta nada. Puedo estar allí dentro de veinte minutos. Si estás tocando
fondo, debería estar contigo… No deberías estar sola.
Mischa se pasó la mano por el pelo enredado.
—Por favor, no te preocupes por mí, Dylan. Puedo manejarlo. Estoy un poco desconcertada, pero
estaré bien. Quizá solo necesito despertarme y tomar un poco de té.
—De acuerdo, llámame más tarde. Hazme saber qué ocurre. Dime si necesitas algo.
—Lo haré, te lo prometo.
Colgaron y Mischa se sintió más mentirosa que nunca. Había mentido a su mejor amiga. No estaba
bien, para nada. Y ya sabía que Connor no le devolvería la llamada. Ni ahora. Ni nunca.
Se pasó el día envuelta en la manta, mirando la televisión. Pocas veces miraba la tele, pero la única
otra opción que tenía era leer, aunque sabía que no tenía suficiente concentración para asimilar nada
de lo que pudiera leer. Podría haber dibujado. Pero dibujar o, simplemente, mirar el cuaderno de
dibujo, después de lo que había vivido aquella mañana, no era una posibilidad. Por el mismo precio,
podía atravesarse el corazón con un cuchillo de cocina y acabar con ello.
En vez de eso, se adormeció mirando varias películas antiguas en blanco y negro, un documental de
animales; se pasó veinte minutos seguidos haciendo zapping, apenas consciente de lo que estaba
mirando.
Cuando el sol se estaba poniendo, con el cielo de última hora de la tarde empalideciendo y la
televisión proyectando un parpadeo teñido de azul contra las altas ventanas, seguía sin saber nada de
él. Y, aunque sabía que era una ridiculez, lo volvió a llamar.
—Connor, vuelvo a ser yo, Mischa, en caso de que te hayas olvidado de quién soy. Cosa que, por lo
que parece, has hecho. —Tomó aire—. Mierda, lo siento. No quería sonar tan… Da igual. Llámame,
¿quieres?
Dejó caer el móvil un poco demasiado fuerte sobre la mesita de café.
¡Joder!