Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 148

que acababan de pasar. Sin despedirse, sin asegurarse de que estuviera volviendo del subespacio. Sin asegurarse de que estuviera bien. Él sí que no estaba bien. Joder. Connor se echó hacia atrás y sus pies descalzos entraron en contacto con los vaqueros en el suelo y, a su lado, el cuaderno de dibujo. Se agachó y cogió el cuaderno para observar los bocetos que había hecho. Prácticamente la había capturado. Prácticamente. Volvió a mirar hacia donde ella estaba tumbada en el sofá verde. Estaba desnuda y tan preciosa que el pecho le dolía. ¿Cómo era posible que una mujer tuviera ese aspecto? Carne sobre hueso en una proporción redondeada y perfecta. Y su rostro… Sus dedos se morían de ganas de alcanzar y tocar su pómulo, con los párpados cerrados. Sus labios rojos. Pero no lo haría. No podía hacerlo. Y Dios, tenía todo su olor pegado al cuerpo. Colocó suavemente una manta sobre su cuerpo inerte antes de recoger los vaqueros y el cuaderno, y se los llevó al lavabo. Se miró en el espejo. Era un fraude. Actuando como dominante responsable cuando estaba a punto de dejar a esa mujer después de haber jugado con ella hacía pocas horas. Sin comprobar cómo estaba. Oh, sí, se iba. «La quiero.» «No.» Imposible. ¡Era él, por el amor de Dios! No podía hacerlo. A él, quizá. Pero, ciertamente, no se lo podía hacer a ella. La jodería bien jodida, tal y como hizo con Ginny. Como lo había hecho su padre con su madre. Lo llevaba en los genes. Lo llevaba en el patético ejemplo que le habían dado de cómo tenía que ser un hombre. Quizá se había pasado los últimos años intentando aprender a ser mejor hombre de lo que solía ser. Alguien mucho mejor que su padre, eso estaba claro. Pero eran los límites de los papeles del BDSM, esas reglas que le obligaban a ser un dominante responsable, que lo mantenía todo bajo control. Esos eran los límites en los que él podía funcionar como alguien con pleno control de sí mismo. Si él tuviera algo más con Mischa, esos papeles no siempre existirían y él… él no estaba seguro de lo que podría ocurrir. No se podía arriesgar a ello. En sí mismo, eso sería una pérdida de control hasta un punto que él jamás había experimentado. Y soltar el control… Bien, eso sería un desastre para él. Y, lo que era más importante, para Mischa. No lo haría. Ya se había acercado demasiado. Había llevado las cosas demasiado lejos con ella. Y todo era culpa suya, joder. Imperdonable. Notaba el pecho como una herida abierta, en carne viva, y se puso los vaqueros, arrancó los bocetos del cuaderno y los sostuvo con cuidado mientras volvía a la salita para coger la camisa, los zapatos y el abrigo. La miró por última vez y le pareció tan preciosa que le hizo daño. Mantuvo los brazos tensos a ambos lados, con las manos apretadas con fuerza. Estaba arrugando las puntas de los bocetos sin darse cuenta y se quedó contemplando cómo Mischa dormía tanto tiempo como se atrevió. Cuando supo que no podría soportarlo más, se volvió, abrió la puerta y se fue. Mischa se despertó consciente de que algo iba mal. No solo era la ausencia del enorme cuerpo de Connor a su lado. Podría haber estado en la cocina, en el baño. Pero, de algún modo, incluso antes de que ella abriera los ojos, sabía que no era así. El dolor empezó al instante. ¿Por qué se habría ido, si no era por lo que ella había estado temiendo desde que estaban juntos? Se obligó a levantarse y se puso la manta alrededor de los hombros desnudos. No sabía cómo había