Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 138

El placer la invadió de repente, desplegándose en su vientre y llegando hasta su sexo y sus pezones, cada vez más duros. Le introdujo los dedos y ella arqueó la espalda en el sofá. —¡Ah! Empezó a penetrarla con la mano, hasta el fondo, rápido y fuerte. Su boca era igual de insaciable, exigiendo su placer y exigiendo que se corriera. Notó cómo el deseo aumentaba tanto y tan deprisa que ni siquiera pudo pensárselo. Connor le apretó el muslo con fuerza, hincándole los dedos, y supo que la poseía del mismo modo que ella quería, que necesitaba. «Connor, haz que me corra.» No pudo decirlo en voz alta pero él capto el mensaje enseguida. Siguió bombeando con los dedos, flexionando un poco los dedos para acceder a su punto G mientras le chupaba el clítoris una y otra vez. Con la lengua entraba en su sexo junto con sus dedos. La sensación era un océano entero, en el que se sumía y se ahogaba, estremeciéndose sin parar mientras llegaba al orgasmo. —Ah… Él se detuvo un instante para murmurar: —Ha sido precioso, Mischa. Otra vez. —No sé si… —Córrete para mí otra vez. Se inclinó de nuevo sobre su sexo, abarcándole todo el clítoris con la boca. Esta vez le pasó la lengua sobre la punta hinchada, suavemente, tan suave que sintió una especie de deseo líquido y ardiente. Él era consciente de que estaba algo dolorida, sensible, pero sabía lo que hacía. Con los dedos siguió penetrándola, más cuidadosamente esta vez, como si apenas los moviese, y luego le introdujo dos más, llenándola así por completo. —Joder, Connor, me encanta. Él inclinó la mano mientras la empujaba hacia dentro y volvió a inclinarla mientras la sacaba, creando una espiral de sensación que la llevó de nuevo a ese precipicio sensorial. Mientras le lamía el clítoris y trazaba círculos en la punta, ella volvió a correrse, entre temblores y gritos. —¡Connor! Él se movió un poco, sacó los dedos y dejó de lamerla. Reparó en que sacaba un preservativo de debajo del montón de ropa que había en el suelo y oyó cómo rompía el envoltorio. Se esforzó por salir un poco del ensimismamiento posterior al clímax y distinguió cómo enfundaba su precioso pene en el condón. Le vio apretárselo en la base y moverlo un poco, y oyó incluso su respiración entrecortada. Esperó pero él se quedó ahí encima un rato, mirándola. —Tienes los pechos más hermosos que he visto nunca, ¿te lo había dicho ya, cielo? —le preguntó mientras los acariciaba con los dedos. Ella sonrió. —Sí, me lo has dicho. —Pues es verdad —repuso con el acento muy marcado, casi en un susurro—. Y tus ojos son de un color azul precioso. Como el cielo. Siento como… —Se quedó callado y le acarició una mejilla—… como si pudiera nadar en ellos. Me pasa cada vez que estoy contigo, Mischa, mi niña. ¿Qué estaba diciendo? Se notaba a punto de llorar y el corazón le martilleaba en el pecho. —Y cuando estoy dentro de ti, dentro de tu increíble cuerpo, no me importa nada más. —Frunció el ceño. Su rostro delataba su deseo y algo más que no lograba identificar. Le pasó la mano entre los muslos y la introdujo en su sexo cálido y húmedo, con lo que ella gimió—. Esto es como estar en el paraíso, cielo, pero no es lo único. Es la forma como te mueves, la suavidad de tu tacto, la textura de