Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 124
—Estoy agarrotado de estar sentado tanto rato.
Él dejó el espejo de mano en la pica y levantó los brazos para estirarlos. Al reparar en sus
abdominales y en la fina línea de vello oscuro que le bajaba por el vientre y desaparecía bajo la
cinturilla de los vaqueros, a Mischa le entró calor.
Sin mediar palabra, se quitó el vestido por la cabeza. Él puso unos ojos como platos, pero no hizo el
amago de detenerla mientras se desabrochaba el sujetador y lo dejaba caer al suelo. Se quedó solo con
las medias puestas. Cuando se arrodilló sobre la alfombrilla del baño y le bajó la cremallera de los
vaqueros, lo último que le vio en el rostro fue una sonrisa de oreja a oreja.
Entonces fue su pene el que captó toda la atención. Era grueso y la piel tenía un tono dorado; la
punta empezaba a hinchársele y a hacérsele más oscura. Ella se le acercó más para que sintiera la
calidez de su aliento.
Él le puso una mano detrás de la cabeza, pero no se la sujetó con firmeza, como hacía antes. Al
parecer notaba que algo sería distinto esta vez. Le enredó los dedos en el pelo pero lo hizo con
delicadeza, tan delicado como el primer lametón en la punta del pene, cada vez más duro. Él gimió.
Ella sonrió y volvió a hacerlo. Aguardó con cierto regocijo mientras él inspiraba hondo. Mischa
dejó la lengua quieta en contacto con la cabeza de su pene. Dejó que él la notara mientras ella sentía el
pulso de su deseo en la lengua.
—Ah, venga, cielo —dijo, al final.
Ella no se movió. Lo oyó inspirar hondo y despacio, y luego detenerse antes de exhalar.
—Así es como vas a jugar, ¿no? Sabes que podría cogerte y tumbarte encima de mi regazo ahora
mismo, ¿verdad? —Como no reaccionó, siguió—: Eres una niña muy traviesa, ¿eh? Aunque eso es
algo que amo de ti, Mischa. Que solo aguantas estas cosas porque soy yo.
No quiso centrarse en que acababa de pronunciar la palabra «amar». No, no lo haría, pero se lo
haría pagar.
Separó los labios y con la boca acogió su pene entero.
—Ah, ¡joder, cielo!
Notó cómo flexionaba los dedos en su pelo, pero siguió sin hacer nada para controlarla. Ella se
apartó un poco y deslizó los labios hasta que llegó a la punta, donde jugueteó con la lengua, rozándole
el agujero. Se estremeció y a ella le encantó. Volvió a hacerlo, comiéndosela entera, y él arqueó la
espalda. Ella se apartó.
—La revancha es la hostia, ¿eh? —murmuró Connor, aunque su voz delata