Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 122

perdió en su pelo, en su nuca, y Mischa pudo notar incluso su calidez. «Es muy agradable.» Se derritió entera y su cuerpo empezó a ceder antes de que su mente tuviera tiempo de procesarlo. Lo único que podía hacer era dejarse arropar por sus brazos y usarlos para no caer mientras aumentaba la calidez en su sexo y su corazón latía más deprisa. Era un deseo distinto… «Lo deseo.» Él se apartó a regañadientes. —Mischa. —¿Connor? —Tenemos que… hablar. La cabeza le daba vueltas. —¿Sobre qué? Él inspiró hondo y Mischa reparó en cómo se le llenaban los pulmones porque se le hinchaba el pecho aún más. Le sujetó los hombros con ambas manos y la observaba mientras hablaba con el ceño fruncido. —Oye, esto… Las cosas se están volviendo algo intensas, ¿no te parece? —Sí. —¿Y te asusta? No pudo evitar reír por los nervios. —Pues sí. —A mí también, la verdad, y eso que no soy de esa clase de tíos que tiene conversaciones sobre dónde van las relaciones ni nada por el estilo. —Tampoco lo esperaría de ti. Además, yo tampoco soy de esa clase de mujeres. —Ya, pero ese es el tema. Creo que es necesario decir algo ahora, sobre lo que nos está pasando. Pasamos mucho tiempo juntos, es como si el tiempo se condensara y volara. —Sí —convino ella—, pero pronto volveré a casa así que tampoco tenemos mucho de que hablar. ¿Por qué al decirle eso notaba que se le encogía el corazón? Tal vez porque sabía que no estaba siendo sincera con él. —Sí, dos semanas más. —¿Cómo sabías que me iba a quedar más tiempo? —Me lo ha dicho Alec. Pero, oye, ¿podemos pasar estas dos semanas juntos? O el tiempo que tengamos, vaya. ¿Podemos dejar de cuestionárnoslo y simplemente disfrutar del momento? ¿Entiendes lo que te digo? Ella asintió. —Claro que lo entiendo. No veo por qué no deberíamos hacerlo. ¿Cuándo se había vuelto tan buena mintiendo? Tenía mil preguntas para él y para ella misma. Preguntas cuyas respuestas muy posiblemente no quería saber. Joder, estaba hecha un lío. —Muy bien. Perfecto, entonces —dijo él al tiempo que dejaba de tocarle los hombros. Ella se mordió el labio, a la espera de que dijera algo más. Cuando vio que no, le preguntó: —¿Por qué no empiezo con el tatuaje? Tenemos mucho que hacer. —Claro. Prepáralo todo en el comedor, si te va bien. —Si hay buena luz, perfecto. —La hay.