Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 117

Agacha la cabeza, cielo. Siguió sujetándola mientras la penetraba con fuertes estocadas, cada vez más profundas, como unos golpes que la hacían rebotar. Deseaba hasta el último centímetro de él. Al poco, y sin esperárselo, volvió a llegar al orgasmo. —¡Connor! —Sí… ¡Mischa! Él se corrió entre bramidos, hincándole los dedos en la cintura. A ella le encantó; le volvía loca esa voz gutural entrecortada y la polla estremeciéndose de placer dentro. Volvió a agacharse sobre ella y notó cómo temblaba su cuerpo. Fue un ligero temblor, poco más que eso, pero eso le dio a entender que el clímax había sido tan intenso como el suyo. Que él también estaba afectado por lo que acababa de ocurrir entre los dos. ¿Qué acababa de ocurrir? En el momento parecía tener sentido. Ahora en su mente giraban una docena de posibilidades. Había sido demasiado duro y basto con ella. Podía confiar en él plenamente. Ningún hombre debería ejercer semejante control sobre ella. Estaba completamente a salvo en sus manos. El quid había estado siempre en sus manos. Nunca en la de otros. Qué peligro. No por el sexo sino por los sentimientos. Pero era Connor. Connor. Lo amaba. «Mierda.» Se echó hacia delante para separarse de su cuerpo y su pene se deslizó de su interior. —¿Mischa? Sacudió la cabeza, incapaz de hablar. —¿Te he hecho daño? Ella volvió a sacudir la cabeza y se alejó a gatas, hasta meterse en la cama. Llegó hasta las almohadas y se hizo un ovillo, dejando que el pelo le tapara la cara. —Oye —dijo él en el tono más suave que le había oído nunca mientras se arrodillaba sobre la cama. Sabía que no debía acercarse demasiado—. No quería asustarte, cariño. —No. Si no es eso. —¿Y entonces qué es? —Yo… Pero no podía decírselo. No a Connor. Ella no, por el amor de Dios. No quería volverse como su madre. No pensaba hacerlo. Inspiró hondo e intentó que su voz sonara normal a pesar del martilleo que sentía en la cabeza. —Es que ha sido… tal vez ha sido demasiado para mí. Necesito un momento. —De acuerdo, está bien. —Se levantó y luego se sentó en la cama. Aguardó unos instantes y se acercó a ella hasta llegar a su lado. Le apartó el pelo de los ojos con una caricia tan tierna que le entraron ganas de llorar—. ¿Estás segura de que estás bien? Hemos controlado muy bien la respiración. Nunca te hubiera hecho daño. —No. Ya lo sé. —¿En serio? Tenía la mirada oscura y escrutadora. Ella volvió la cabeza. No se atrevía a mirarle. Tenía miedo de