Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 113

—Quieres que te toque, ¿verdad, cielo? —Sí… —Quieres que te folle con los dedos. Dímelo. Ella tragó saliva. —Sí. Quiero que me folles. Con la mano y como tú quieras. Se reprimió para no arquear las caderas mientras él bajaba la palma aún más. Entonces él se detuvo y ella respiró bruscamente. —Di «por favor», Mischa. —Por favor —dijo en un susurro. Él le rozó la punta del clítoris y ella dio un grito ahogado. Él paró. Se le tensó el sexo y el cuerpo. Sacudió la cabeza y el pelo le rozó los hombros. —¿Qué pasa, Mischa? —Nada. —Se mordió los labios y todavía cerró con más fuerza los ojos. Él le acarició el clítoris otra vez y ella gimió. Volvió a parar. —Esto te excita aún más, ¿verdad? —Sí, joder —farfulló ella. Él soltó una discreta carcajada. —Lo sé, por eso lo hago precisamente. ¿Cuándo aprenderás a confiar en mí? ¿A entregarte a mí por completo? Yo me ocuparé de todo. Lo hago todo por algún motivo. Seguro que de eso ya te has dado cuenta. No hace falta que tomes ninguna decisión. Esta es la clave de lo que hacemos juntos. Todo se basa en la confianza. Ahora, dime «por favor» como si lo sintieras de verdad. ¿Por qué tenía lágrimas tras los párpados? No obstante, hizo lo que él quería. Y que ella quería también. Qué raro que fuera lo mismo. —Connor, por favor. —Ah, perfecto, cielo. Le introdujo los dedos y ella jadeó de inmediato. Él empezó a bombear. —Me gusta tanto tocarte —le murmuró al oído—. Es como seda y estás tan caliente… Podría echarte sobre la cama y follarte hasta hacerte gritar. —Sí… —Pero antes tenemos que practicar otros juegos. Apartó la mano y ella se tambaleó. Le pasó un brazo alrededor para que no cayera. Mischa se apoyó en él, tratando de recobrar el aliento. —Mira, quiero que te sientes en la punta de la cama —dijo al cabo de un rato. Ella asintió. La ayudó a sentarse y se quedó de pie frente a ella. —Abre los ojos. Eso hizo. Le dio impresión verle, incluso. Tenía el rostro curtido pero muy hermoso, con una boca deliciosa y unos ojos penetrantes. Se dio cuenta de la pequeña cicatriz que tenía debajo de un ojo y notó la masculinidad que desprendía. —Esto es lo que usaré contigo —anunció, enseñándole unas pinzas de plástico de colores que tenía en una mano—. Cuando te las ponga te van a doler, pero te dolerán todavía más al sacártelas porque la sangre volverá a las zonas desprovistas de circulación mientras las llevabas puestas. Eso me