Literatura BDSM El Límite de La Tentación ( Eve Berlin ) | Page 102

derecho a protestar salvo por haberla dejado plantada después de pedirle una cita el viernes por la noche, algo que ahora mismo tampoco quería mencionarle. No quería que supiera lo infantil que estaba siendo en ese instante. No quería reconocer lo mucho que esa actitud le recordaba al desasosiego que sentía Evie por sus parejas y lo mal que terminaban siempre sus relaciones. No era propio de ella, pero ahí estaba, soñando despierta con un tío al que acababa de conocer. «No es más que un tío. No lo ha sido ni desde el primer día. Déjalo ya.» —Está bien —repuso él—. Lo entiendo. Mischa suspiró, se sentó en la cama y encendió la lámpara de la mesita de noche. No pensaba permitir que este hombre —ni ningún otro— la aplastara como se había dejado su madre con demasiados hombres. —Bueno, y entonces ¿para qué me llamas ahora? —Para disculparme y hablar. —Muy bien, pues habla. Se hizo un largo silencio al otro lado y luego oyó una ligera exhalación. —Tienes toda la razón del mundo para estar borde conmigo. Negó con la cabeza como si él pudiera verla. —No, no la tengo. Lo siento, Connor. —No hace falta que te disculpes. Me lo merezco. Lo sé. Después de lo que pasó la última noche, por lo menos tendría que haber… Joder, no sé qué tendría que haber hecho. Mischa, todo esto es nuevo para mí. —¿Qué es nuevo? —Que me importe lo que piense una mujer con la que quedo y serle sincero. Sé que va a sonar grosero, pero durante mucho tiempo me han importado una mierda las demás mujeres. Años, incluso. Notó una punzada en el corazón, fuerte y seca. ¿Qué quería decirle exactamente? —A mí eso me ha pasado también con los hombres, por lo que respecta a las relaciones personales, si es que se les puede llamar así. Desde siempre. —Así que esto también te resulta raro a ti, si es que estamos de acuerdo. Entonces fue ella la que se quedó callada un rato. Era como si estuviera de puntillas al borde de un precipicio. ¿Estaba lista para lanzarse? ¿Estaba preparada para asumir ese riesgo? Aunque tal vez si solo pedían algo de reconocimiento, el riesgo tampoco fuera tan alto. Quizá tenían que decirlo en voz alta para que a ambos les quedara claro y quitárselo así de encima. Los agarrotados músculos del cuello y hombros empezaron a destensarse. —Mischa, ¿estás ahí? —Estaba pensando. Y… estamos de acuerdo. —Es bueno saberlo. Casi podía oírle sonreír al otro lado de la línea. —¿Y ahora qué? —preguntó ella. —Ahora, estamos de acuerdo en ir cada un