Juan Abreu
Diosa
una ciudad, una virgen sodomizada por un toro. Soy una mariposa
nocturna fascinada por la luz, un insecto bisexual que se autofecunda.
Soy el coloso del cuadro de Goya dominando el horizonte, una
amazona que doblega a su amante. Soy el delicadísimo brote de una
planta, húmedo de savia, que emerge del tronco helado al arribar la
primavera.
La sangre se agolpa en mi cabeza y ante mí se despliega un
océano rojo, insondable.
Entro.
Desde donde cuelgo puedo ver un hiratakuwagata. Tiene el
tamaño de un hombre. La atmósfera del salón se espesa hasta
parecer gelatina. Sangre coagulada. Semen rojo. Las patas
poderosas, el caparazón resplandeciente, acogedor como el hogar.
Abre y cierra las tenazas. Llega hasta mí, me cubre.
Concluida la cena, los invitados regresan. Forman nuevamente
un círculo a mi alrededor. Maestro Yuko hace que las Sumisas me
descuelguen. Con sumo cuidado, como si yo fuera de fragilísimo
cristal, depositan mi cuerpo sobre la tarima mojada. Amo Yuko afloja
las amarras. Intento, arrastrándome, besarle los pies, pero no puedo
moverme. Mis miembros no obedecen. Como si llevaran siglos en
desuso. Millones de agujas horadan cada centímetro de piel. Cuando
los bramantes liberan mi lengua, dejo caer la cabeza, aplasto el rostro
contra la madera y, con movimiento agónico, busco con la lengua el
líquido escupido. Lo encuentro: es una especie de almíbar, de miel
transparente.
Cada vez que las manos de Maestro Yuko rozan mi anatomía,
me estremezco de placer. ¡Qué pequeña soy, qué insignificante,
cómo me disuelvo a la sombra de su poder, cómo toco la felicidad con
las manos!
Soy como Alicia, la niña del cuento, que cae por un túnel de
sombras hacia un mundo maravilloso e iluminado. Pero en vez de
seguir a un conejo, voy detrás de un coleóptero descomunal.
Ojalá el contacto durara un poco más.
¡Que dure un instante más, que dure un instante más! Suplico
en silencio.
Cuando Maestro termina de moverse a mi alrededor, estoy
nuevamente atada. Con cuerdas más suaves, de factura menos
áspera. Reptiles amorosos y austeros. Esta vez, soy una mesa. No
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