Literatura BDSM Diosa ( Juan Abreu ) | Page 83

Juan Abreu Diosa Ahora lo peor ha pasado, el taxi se desliza por Consell de Cent, estamos en pleno Ensanche, nos aproximamos al lugar donde él nos aguarda. Subimos por Paseo de Gracia. La ciudad se abre del otro lado de la ventanilla como una fruta madura cuya corteza, a punto de hundirse, puede mostrarnos en cualquier instante el interior de las cosas. Lo que hay detrás de la piel de las ciudades. Una mezcla de los sueños, los deseos, las realidades, las fantasías, las miserias y grandezas de sus habitantes. Quedan atrás los días de ansiedad, las noches en vela. A medida que se acercaba el momento de la gran cita se me hizo difícil guardar la compostura; hasta el punto de que algunas compañeras de trabajo me preguntaron si estaba enferma o tenía problemas en casa. ¡Problemas en casa! Nunca he estado mejor en casa. Fachadas exuberantes, transeúntes cadenciosos, hermosos ancianos de mayestático perfil y orgullosa mirada, autobuses congestionados y un airecillo gordezuelo, travieso, que fluye como una corriente marina. Apuestos profesionales de aire concentrado y lustrosos atuendos. Carteras de piel, corbatas de seda, cuellos perfumados. Mujeres de sexualidad a flor de piel, carnosas y andróginas, de bocas anhelantes y trasero firme. En los relucientes escaparates los maniquíes son casi tan reales como la gente que los contempla. Banderolas que anuncian una obra de teatro, un concierto, la presentación de un libro. Jirones de música. Un grupo de uniformadas adolescentes en celo gesticula: el cuerpo es su reino, el mejor de los reinos, lo saben de una forma prearticulada; todo está por descubrir, el infierno y el paraíso, el amor y el macho, la miseria y la gloria, el éxtasis y la caída, la delicia de la carne y el escozor del miedo. El cielo parece la piel de un escualo. La ciudad, a mi paso, se torna vagarosa, como si todos sus rostros lucharan por mostrarse al unísono. Veo su cara de los días de trabajo, cubierta de sudor y ruido, veo su maternal rostro de los domingos, lozano y recién planchado, veo sus pechos goteantes, desnudos, provocativos y saltarines en la noche, sus piernas Página 83