Juan Abreu
Diosa
y no podía fijar mi mente ni ocuparme de nada. Remendé mis
pantalones rotos, cambié las cintas de mi sombrero de paja y unté
moka quemada en mis piernas para fortalecerlas. La idea de la luna
en la isla de Matsushima llenaba todas mis horas».
Así, como la idea de la luna en la isla de Matsushima, la idea de
la obra que intentaba aflorar llenaba mis horas. Obra que serás tú,
Laura. Leyendo
las palabras del poeta andariego pensé en tu viaje. Yo, sentado
en la madrugada, el tarro de tinta semejante al ojo de un calamar,
frente a la hoja de papel, el pincel reposando a la espera, formaba
parte de tu viaje. La madrugada era como un océano. La oscuridad
del exterior ostentaba una calidad juguetona. Estaba repleta de
rastros de estrellas, de transparencias misteriosas, de pequeños
remolinos, de trotes y roces. Casi al amanecer, mi mano empuñó el
pincel, dialogó con el ojo del calamar, con la porosa superficie del
pliego. Yo apenas tenía conciencia de sus movimientos, toda mi
atención estaba puesta en la imagen que flotaba en mi interior. ¡Qué
hermosa! Por fin pude ver, adorable Laura, tu rostro y tu cuerpo.
Me apresuré a fijarlos, a convertirlos en la culminación de tu
aprendizaje.
Maestro se siente
acompañarte en el viaje.
gratificado
por
la
oportunidad
de
Ha sido una agradable, rejuvenecedora experiencia.
El templo de Ryusyaku fue fundado por el gran maestro Jikaku;
creo que te he dicho ya que es un lugar famoso por su silencio. El
santuario se halla en la cumbre de una montaña. Pinos y robles en un
paisaje que parece nacido del retozo de unos gigantes. Unos gigantes
que encuentran placer arrojándose
enormes rocas, cascándolas como nueces, dispersando los
restos. El musgo en las proximidades del templo es suave como la
piel de un niño. El templo brota de las piedras. Frente a la hermosura
tranquila del paisaje, el corazón se aquieta y «el son de las cigarras
taladra rocas».
Maestro Yuko
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