Literatura BDSM Diosa ( Juan Abreu ) | Page 54

Juan Abreu Diosa Primero utilizó una especie de látigo. Diez trallazos firmes que me obligó a contar en voz alta. Pausa de unos cinco minutos. Le oí abrir la nevera, servirse algo de beber. Una cerveza, posiblemente. Al regreso, me bajó las bragas y fustigó mi trasero con una vara de bambú. Escocía mucho más y, como los zurriagazos aterrizaban sobre carne ya martirizada, el dolor resultaba mayor. Traté de evitarlo, pero al final chillé y lloré. Otra pausa. Larga. Durante esos períodos, mis nalgas ardientes ocupaban el primer plano. Llamas que invadían mi sexo, mi corazón y mi cerebro. ¿Qué sentía? Agradecimiento. Alguien me ponía donde merecía estar, alguien me permitía ser lo que soy. ¿Una cerda sucia? ¿Una perra indigna? ¿Una puta vejada? Todo eso, pero sin culpa. Con alegría. Como si poder ser una cerda, una perra, una puta significara un honroso galardón. ¡Lo es! Pero, sobre todo, sentía agradecimiento. Lo que más deseaba en el mundo era que Amo me permitiera lamer sus manos, sus pies, su polla. Al final de la pausa, azotes con una fusta de cuero. Conté a gritos. Se me aflojaron las rodillas. Apreté los dientes. Contraje el culo. Sollozos. Fueron un total de treinta latigazos. Después Amo se marchó nuevamente. Estuvo mucho tiempo fuera. Adormecida, entre mocos, lágrimas y dolor, sentí algo semejante a la gloria. A la seguridad infantil. El paraíso debe de ser algo parecido a lo que sentí. Concluida la zurra, desatada, de rodillas, Amo puso su polla al alcance de mi boca. La devoré como si fuera el primer alimento de un hambriento. Bebí su contenido como si se tratara de agua fresca después de permanecer días perdida en el desierto. Después, Amo me folló analmente, hasta que me corrí sin tocarme. Lo que Amo ha bautizado como «correrse por el culo». Entonces dio por concluida la sesión. Dormimos abrazados, como niños. Sí, tengo una hermana. Cinco años mayor que yo. No nos llevamos demasiado bien. Tiene la capacidad de incordiarme. Es negativa y protestona. Hipócrita y petulante. Quejica y malcriada. Aunque la vida ha sido generosa con ella. Posee una familia espléndida y un marido, Alberto, guapo, paciente y divertido. Hace mucho tiempo (yo era muy joven; aún no me había casado), después de una bronca más áspera de lo habitual con ella, evalué la posibilidad de follarme a su marido. Para molestarla. Por aquellos días Página 54