Juan Abreu
Diosa
De: [email protected]
Para: [email protected]
Enviado: Jueves, diciembre 5, 2 002, 1:26
Querido Maestro, le contaré cosas que jamás le he contado a
nadie. A nadie. ¿Por qué? No quiero que mi Maestro ignore nada de
mí.
Nada.
Tengo fantasías que incursionan en territorios que apenas
entiendo. Deseos de los que me siento culpable, que me atormentan.
Espero que compartirlos con mi Maestro contribuya a destruir esas
culpas y esos tormentos. Que compartirlos me ayude a conquistar ese
espacio que menciona, Maestro, donde todo se convierte en natural,
donde todo es inocente.
Es muy tarde, Amo duerme apaciblemente. Llevo horas
leyendo, y a ratos, inmóvil frente a la pantalla del ordenador,
acumulando resolución para escribir las palabras que necesito
escribir. La jornada de trabajo ha sido engorrosa. Llamadas
telefónicas interminables, inacabables conversaciones con gente
estúpida, con gente arrogante, con gente empalagosa, con gente
domesticada. El día, largo, aburrido y gris. ¿Vio cómo la niebla
ocultaba Montjuïc? Hoy es uno de esos días cuya superficie parece el
decorado de un teatro. ¿Sabe a lo que me refiero, Maestro? Uno de
esos días en los que siento el impulso de hurgar con las uñas en el
aire y ver en qué consiste la verdadera realidad, detrás.
La lluvia me pone melancólica, sentimental. Ya lo habrá notado.
¿Qué efectos tiene en usted? A mí me convierte en una niña falta de
cariño. Una niña necesitada de que la abracen.
Y quizás, también, de que la castiguen un poco.
La madrugada es oscura y esponjosa y más allá de las ventanas
del estudio luce inhóspita, como si estuviera formada por millones de
diminutas, agresivas cosas; pero sé que en algún punto, está usted.
Eso reconforta, da valor, Maestro. ¿Duerme? ¿Medita? ¿Acaso se
divierte con sus amigos? ¿Dibuja en su insomnio la obra de arte en la
que pretende convertirme?
Del otro lado del cristal las ramas de un chopo dejan caer sus
Página
47