Juan Abreu
Diosa
Exaltada, nerviosa, especial.
Feliz.
Fueron unas horas ricas, diferentes, en compañía de Amo.
Gracias, Maestro.
¿Lo diré? Terminé la cena muy mojada.
Amo lo notó, y me dio instrucciones que agradecí.
Al día siguiente llevé los restos a la oficina y cumplí
estrictamente con sus indicaciones. No me importó en absoluto lo que
dijeron algunas compañeras con las que suelo reunirme a comer.
Quería provocar, encontraba poder en ello. La situación fue, en cierto
sentido, mejor de lo que imaginó mi Maestro. Porque no comimos en
la empresa, fuimos a un restaurante cercano. Allí, ante el asombro de
mis compañeras que no daban crédito a sus ojos, y el escándalo del
camarero, saqué mis insectos y los devoré ansiosa. ¡Sabían aún mejor
que el día anterior! Los acompañé con una copa de vino blanco.
No sé cómo contarle lo sucedido a continuación, Maestro. Lo
haré de la manera más directa posible.
Ábrete, ha pedido mi Maestro. Obedezco.
En fin; de regreso a la oficina, estaba tan caliente por lo
sucedido que cerré la puerta y me masturbé. Lo deseaba mucho.
Después me sentí bien. Relajada. Realizada.
Es la primera vez que lo hago en la oficina.
¿Por qué, Maestro, me excité tanto? ¿Son los escorpiones, o las
hormigas, afrodisiacos? ¿Fue a causa de la obediencia? ¿Fue el placer
de acatar sus órdenes?
Olvidé dar respuesta a una de sus preguntas: los labios de mi
vagina son grandes, copiosos. En cierta época estuve avergonzada de
ellos. Pensaba que daban a mi sexo un aspecto monstruoso. Ya no.
Por favor, Maestro, no me deje sola con mis dudas.
Sumisa Laura
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