Juan Abreu
Diosa
De: [email protected]
Para: [email protected]
Enviado: Sábado, noviembre 23, 2002, 11:15
Querido Maestro: como ve, ha pasado algún tiempo antes de
que pudiera cumplir con su encomienda. Que yo interpreté como una
orden.
Si «sugirió severamente» la cena... tiemblo ante lo que puedan
ser sus órdenes.
¡Lo hice! Compré todo lo que indicó mi Maestro. E incluso un
licor de arroz en cuyo recipiente había un escorpión. El empleado me
explicó que, tras ingerir el licor, podía consumir el escorpión.
En la tienda, al principio, me sentí desnuda. Era como si todos
supieran por qué estaba adquiriendo aquellos alimentos. Como si
estuvieran al tanto de sus órdenes y constataran mi obediencia.
Pero una vez que decido hacer algo, soy muy osada. Superada
la primera impresión, creo que me comporté con soltura, como una
digna alumna de mi Maestro.
¿Por qué estaba dispuesta a comer esos bichos asquerosos? Me
lo pregunté mil veces. Porque no quería perder a mi Maestro. Ésa ha
sido la razón, se lo confieso cándidamente. Imaginé que mi Maestro
desaparecía de mi vida y la idea se me antojó insoportable. Mucho
más insoportable que masticar y tragar bichos.
La cena, por otra parte, lo reconozco con alegría, fue un éxito.
Amo disfrutó mucho. Porque las hormigas culonas resultaron un
manjar (tuve que luchar para reservar un puñado para la comida del
día siguiente) y por verme tan obediente. Tan resuelta a cumplir las
órdenes de Maestro Yuko. Los escorpiones a la brasa fueron también
muy apreciad