toda la compasión sorprendente de Dios hacia sus personas
con
los
criterios
que
nosotros
hijos e hijas. Solo recordaremos dos. empleamos. El Padre del cielo es bueno y
La más cautivadora es, tal vez, la del padre compasivo. ¿Será verdad que, desde sus entrañas
bueno (Lucas 15,11-32). Dios se parece a un padre de misericordia, ¿Dios, más que fijarse en nuestros
que no se guarda para sí su herencia, no vive méritos, está siempre mirando cómo responder a
obsesionado por la moralidad de sus hijos, espera nuestras necesidades?
siempre a los perdidos. «Estando todavía lejos» ve Para Jesús la compasión no es una virtud
llegar al hijo que lo había abandonado y se le más, sino la única manera de parecernos a Dios. El
«conmueven las entrañas»: echa a correr, lo único modo de mirar el mundo como lo mira Dios, la
abraza y lo besa efusivamente como una madre, única forma de acoger a las personas como las
interrumpe su confesión para ahorrarle más acoge él, la manera de acercarnos a los que sufren
humillaciones y le restaura como hijo. Para Jesús, como se acerca el Padre. Esta es la gran herencia
esta es la mejor metáfora de Dios: un padre de Jesús a toda la Humanidad.
conmovido hasta sus entrañas que acoge a sus hijos
perdidos y suplica a sus hermanos que los acojan
con el mismo cariño y comprensión. ¿Será esto el
reino de Dios?
Jesús pronunció también otra parábola
sorprendente y provocativa (Mateo 20,1-15). Dios
se parece al propietario bueno de una viña que
contrató obreros para trabajarla, a diferentes
horas del día. Sin embargo, al final de la jornada, no
les pagó según el trabajo realizado. A todos les dio
un denario, es decir, lo que necesitaba una familia de
Galilea para vivir un día. Ante las protestas de los
que se sienten perjudicados, el señor de la viña
responde con estas sorprendentes palabras:
«¿Tenéis que ver con malos ojos que yo sea
bueno?». Según Jesús, Dios no juzga la vida de las
Esta parábola es la que mejor sugiere la
revolución introducida por Jesús desde su
experiencia de la compasión de Dios. Según el
relato (Lucas 10,30-36), un hombre asaltado yace
abandonado en la cuneta de un camino solitario.
Afortunadamente, aparecen por el camino dos
viajeros: primero un sacerdote, luego un levita. Son
representantes del Dios santo del templo.
Seguramente, tendrán compasión de él. No es así.
Los dos dan un rodeo y pasan de largo.
Aparece en el horizonte un tercer viajero.
No es sacerdote ni levita. Ni siquiera pertenece al
pueblo elegido. Sin embargo, al llegar, ve al herido,