La revista del colegio | Page 24

24.12.2022

Ese inconfundible dulzón aroma a perfume de mercadillo irrumpíó en mi salón, desvelándome de otro de mis tantos sueños inacabados. Sentado en mi excéntrico sillón de piel de Llama – Sintético, por supuesto- esperé impaciente el roce de su acartonada mano sobre el timbre, acto que no tardó en suceder.

¿Sí...? - Pregunté tras la puerta, sin atreverme a asomar la mirada por aquella sucia mirilla. Y sobre todo, con esperanza de que fuera, no sé, ¿un pizzero despistado que utiliza colonia de mujer de edad avanzada? El autoengaño solía funcionarme en estos casos.

Soy yo, Hugo, la señorita Erizalde.

(Ese fue uno de los momentos en los que agradecí plenamente la existencia de una ventana con acceso a la escalera de incendios.)

La llamada 'señorita Erizalde' -que lo que le sobraba de señorita lo tenía de vasca-, también conocida como 'mi casera', seguía en el rellano, algo comprensible tras llevar sin pagarle el alquiler uno-¿o eran dos?- meses. No era mi culpa tener una familia que reclamaba mi presencia -y mi dinero- en una absurda cena navideña, donde el plato principal era la hipocresía.

Así pues, cogí lo necesario para subsitir un día sin ser visto por aquel ser inmortal: mi capa de inivisibilidad de Harry Potter-comprada para momentos como este- y mi cartera, donde guardo los restos de lo que un día fue un sueldo en una demacrada tarjeta de crédito.

Al mirar el reloj, advertí que eran las nueve de la mañana- Sí, Erizalde amaba torturar a sus inquilinos, mediante técnicas como alquileres que aumentan sospechosamente cada mes y timbrazos que sustituyen a los despertadores, con el fin de reclamar algo que podrías transferirle mediante internet fácilmente, pero no, ella era más de inflar colchones con billetes.- En fin, como decía, eran las nueve de la mañana. Y como aquella insufrible señora ya me había echado de mi propia casa decidí aprovechar para hacer las compras de la temporada-Que ya que lo puse de escusa para no pagar el alquiler, que menos que cumplirlo-.

Con mi demacrada tarjeta y mi capa de invisibilidad guardadas en una vieja mochila, me dirigí al centro de Bilbao.

Una vez allí, caminando entre la muchedumbre, me estremecí al contemplar una sociedad tan consumista, cuyo espíritu navideño parecía resumirse en engañar a mentes ingenuas con leyendas sobre un anciano de un peso considerable que allanaba moradas para dejar, de forma altruista, bajo un árbol de plástico – que irónico- regalos y, que milagrosamente eran justo los que tu habías nombrado anteriormente en una carta que nunca llegó a su destino y que solías encontrar años más tarde en un cajón de la habitación de tus padres. Y en enriquecer a las grandes compañías con beneficios que podrían acabar con gran parte de la pobreza mundial.

Me senté en un banco, préguntandome mentalmente que narices hacía vagando por aquellas atestadas calles criticando una tradición. Y la única respuesta coherente que se me ocurrió, fue que en la puerta de mi casa había una señora que esperaba ansiosamente un buen fajo de billetes del que en esos momentos mi demacrada tarjeta carecía.

Rodeado de conversaciones banales, lloriqueos de niños caprichosos y de una innumerable lista de padres comprando a escondidas de sus hijos, las ganas de invertir mis últimos ahorros en simples objetos que serían aceptados con falsas sonrisas y tristemente abandonados en un desván, disminuyeron drásticamente. Así que, gasté parte de ese dinero en una antigua cafetería atiborrada de personas, que como yo, habían olvidado el mensaje de la navidad.

Mientras saboreaba un tierno Croissant junto a un delicioso café con leche, reflexioné sobre si realmente necesitábamos elementos físicos para sentirnos amados. Y dada mi situación económica, recordé a todas aquellas personas, invisibles para muchos, que no tienen los suficientes recursos como para permitirse hacer regalos, y que desgraciadamente no suelen recibirlos, y recordé también que muchas de ellas aún mantienen el espíritu de la navidad, algo que me hace llegar a la conclusión de que estas fechas simbolizan algo más que mero consumismo, simbolizan algo transcendente a lo físico, algo como... el amor.

Y aquel sábado a las 10:00 de la mañana mientras degustaba un placentero desayuno, fue el día en que evoqué el verdadero significado de la navidad, y lo dejé por escrito sobre mi extravagante sillón de piel de llama -Sintética, por supuesto-:

24.12.16

A todos los que me importáis

(Y a ti, señora Erizalde)

Hoy pensé que iba a ser un día como otros, hasta que me vi obligado a salir de casa por la ventana.

Debo admitir que tengo miedo, nunca he tomado grandes decisiones, y como primera vez querría informaros de esa mezcla entre adrenalina y terror que se ha apodera de mi, mientras entre lágrimas y con una maleta bajo mis rodillas escribo esta carta. Una carta que contiene el mensaje más triste para algunos y más preciado para otros: Me marcho. Me marcho de Europa.

Aún no tengo muy claro a que zona de África ir, pero tengo muy presente mi propósito: Ayudar.

Y sí, bien es cierto que podría ayudar en España e incluso en Bilbao, pues la pobreza, tanto externa como interna no entiende de lugares. La diferencia está en despertarse con las melódicas campanas de una iglesia o con el estruendo de una bomba.

Esta navidad he abierto los ojos y sobre todo, mi corazón. Y espero que vosotros también lo logréis algún día. No insinuo, que como yo, os mudeis a la otra punta del mundo renunciando a vuestras vidas, sino, que tengáis en cuenta el amor, el amor a absolutamente todas las personas, pues en eso consiste la navidad e incluso la vida, y a raiz de ahí, dejad fluir vuestra alma y ella os guiará.

PD:Erizalde, espero que no te importe que no pueda pagarte el alquiler de estos últimos meses, he gastado todo mi dinero en un único billete de ida. Feliz Navidad.

Con mucho amor: Hugo

24.12.2022

Ese inconfundible dulzón aroma a perfume de mercadillo irrumpíó en mi salón, desvelándome de otro de mis tantos sueños inacabados. Sentado en mi excéntrico sillón de piel de Llama – Sintético, por supuesto- esperé impaciente el roce de su acartonada mano sobre el timbre, acto que no tardó en suceder.

- ¿Sí...? - Pregunté tras la puerta, sin atreverme a asomar la mirada por aquella sucia mirilla. Y sobretodo, con esperanza de que fuera, no se, ¿un pizzero despistado que utiliza colonia de mujer de edad avanzada? El autoengaño solía funcionarme en estos casos.

-Soy yo, Hugo, la señorita Erizalde.

(Ese fue uno de los momentos en los que agradecí plenamente la existencia de una ventana con acceso a la escalera de incendios.)

La llamada 'señorita Erizalde' -que lo que le sobraba de señorita lo tenía de vasca-, también conocida como 'mi casera', seguía en el rellano, algo comprensible tras llevar sin pagarle el alquiler uno-¿o eran dos?- meses. No era mi culpa tener una familia que reclamaba mi presencia -y mi dinero- en una absurda cena navideña, donde el plato principal era la hipocresía.

Así pues, cogí lo necesario para subsitir un día sin ser visto por aquel ser inmortal: mi capa de inivisibilidad de Harry Potter-comprada para momentos como este- y mi cartera, donde guardo los restos de lo que un día fue un sueldo en una demacrada targeta de crédito.

Al mirar el reloj, advertí que eran las nueve de la mañana- Sí, Erizalde amaba torturar a sus inquilinos, mediante técnicas como alquileres que aumentan sospechosamente cada mes y timbrazos que sustituyen a los despertadores, con el fin de reclamar algo que podrías transferirle mediante internet facilmente, pero no, ella era más de inflar colchones con billetes.- En fin, como decía,eran las nueve de la mañana. Y como aquella insufrible señora ya me había echado de mi propia casa decidí aprovechar para hacer las compras de la temporada-Que ya que lo puse de escusa para no pagar el alquiler, que menos que cumplirlo-.

Con mi demacrada targeta y mi capa de invisibilidad guardadas en una vieja mochila, me dirigí al centro de Bilbao.

Una vez allí, caminando entre la muchedumbre, me estremecí al contemplar una sociedad tan consumista, cuyo espiritu navideño parecía resumirse en engañar a mentes ingenuas con leyendas sobre un anciano de un peso considerable que allanaba moradas para dejar, de forma altruista, bajo un árbol de plástico – que irónico- regalos y, que milagrosamente eran justo los que tu habías nombrado anteriormente en una carta que nunca llegó a su destino y que solías encontrar años más tarde en un cajón de la habitación de tus padres. Y en enriquecer a las grandes compañías con beneficios que podrían acabar con gran parte de la pobreza mundial.

Me senté en un banco, préguntandome mentalmente que narices hacía vagando por aquellas atestadas calles criticando una tradición. Y la única respuesta coherente que se me ocurrió, fue que en la puerta de mi casa había una señora que esperaba ansiosamente un buen fajo de billetes del que en esos momentos mi demacrada targeta carecía.

Rodeado de conversaciones vanales, lloriqueos de niños caprichosos y de una innumerable lista de padres comprando a escondidas de sus hijos, las ganas de invertir mis últimos ahorros en simples objetos que serían aceptados con falsas sonrisas y tristemente abandonados en un desván, disminuyeron drásticamente. Así que, gasté parte de ese dinero en una antigua cafetería atiborrada de personas, que como yo, habían olvidado el mensaje de la navidad.

Mientras saboreaba un tierno Croissant junto a un delicioso café con leche, reflexioné sobre si realmente necesitábamos elementos físicos para sentirnos amados. Y dada mi situación económica, recordé a todas aquellas personas, invisibles para muchos, que no tienen los suficientes recursos como para permitirse hacer regalos, y que desgraciadamente no suelen recibirlos, y recordé también que muchas de ellas aún mantienen el espiritu de la navidad, algo que me hace llegar a la conclusión de que estas fechas simbolizan algo más que mero consumismo, simbolizan algo transcendente a lo físico, algo como... el amor.

Y aquel sábado a las 10:00 de la mañana mientras degustaba un placentero desayuno, fue el día en que evoqué el verdadero significado de la navidad, y lo dejé por escrito sobre mi extravagante sillón de piel de llama -Sintética, por supuesto-:

24.12.16

A todos los que me importáis

(Y a ti, señora Erizalde)

Hoy pensé que iba a ser un día como otros, hasta que me vi obligado a salir de casa por la ventana.

Debo admitir que tengo miedo, nunca he tomado grandes decisiones, y como primera vez querría informaros de esa mezcla entre adrenalina y terror que se ha apodera de mi, mientras entre lágrimas y con una maleta bajo mis rodillas escribo esta carta. Una carta que contiene el mensaje más triste para algunos y más preciado para otros: Me marcho. Me marcho de Europa.

Aún no tengo muy claro a que zona de África ir, pero tengo muy presente mi propósito: Ayudar.

Y sí, bien es cierto que podría ayudar en España e incluso en Bilbao, pues la pobreza, tanto externa como interna no entiende de lugares. La diferencia está en despertarse con las melódicas campanas de una iglesia o con el estruendo de una bomba.

Esta navidad he abierto los ojos y sobre todo, mi corazón. Y espero que vosotros también lo logréis algún día. No insinuo, que como yo, os mudeis a la otra punta del mundo renunciando a vuestras vidas, sino, que tengáis en cuenta el amor, el amor a absolutamente todas las personas, pues en eso consiste la navidad e incluso la vida, y a raiz de ahí, dejad fluir vuestra alma y ella os guiará.

PD:Erizalde, espero que no te importe que no pueda pagarte el alquiler de estos últimos meses, he gastado todo mi dinero en un único billete de ida. Feliz Navidad.

Con mucho amor: Hugo

- Me gustaría conocer a Erizalde. - Dijo kenia, su hija menor.

- ¿Os cuento la enciclopédica historia de porque vine a vivir aquí, y solo te interesa Erizalde?

Las dos niñas rieron. Y su padre, sin escapatoría, tubo que ceder a sus risas.

- Vamos, Hugo, hay que llevar los medicamentos a la aldea! - Exaltó Johari, la ex piloto de un avión que solo hizo un viaje de ida.-

Ahora voy, cariño.

sus inquilinos, mediante técnicas como alquileres que aumentan sospechosamente cada mes y timbrazos que sustituyen a los despertadores, con el fin de reclamar algo que podrías transferirle mediante internet facilmente, pero no, ella era más de inflar colchones con billetes.- En fin, como decía,eran las nueve de la mañana. Y como aquella insufrible señora ya me había echado de mi propia casa decidí aprovechar para hacer las compras de la temporada-Que ya que lo puse de escusa para no pagar el alquiler, que menos que cumplirlo-.

Con mi demacrada targeta y mi capa de invisibilidad guardadas en una vieja mochila, me dirigí al centro de Bilbao.

Una vez allí, caminando entre la muchedumbre, me estremecí al contemplar una sociedad tan consumista, cuyo espiritu navideño parecía resumirse en engañar a mentes ingenuas con leyendas sobre un anciano de un peso considerable que allanaba moradas para dejar, de forma altruista, bajo un árbol de plástico – que irónico- regalos y, que milagrosamente eran justo los que tu habías nombrado anteriormente en una carta que nunca llegó a su destino y que solías encontrar años más tarde en un cajón de la habitación de tus padres. Y en enriquecer a las grandes compañías con beneficios que podrían acabar con gran parte de la pobreza mundial.

Me senté en un banco, préguntandome mentalmente que narices hacía vagando por aquellas atestadas calles criticando una tradición. Y la única respuesta coherente que se me ocurrió, fue que en la puerta de mi casa había una señora que esperaba ansiosamente un buen fajo de billetes del que en esos momentos mi demacrada targeta carecía.

Rodeado de conversaciones vanales, lloriqueos de niños caprichosos y de una innumerable lista de padres comprando a escondidas de sus hijos, las ganas de invertir mis últimos ahorros en simples objetos que serían aceptados con falsas sonrisas y tristemente abandonados en un desván, disminuyeron drásticamente. Así que, gasté parte de ese dinero en una antigua cafetería atiborrada de personas, que como yo, habían olvidado el mensaje de la navidad.

Mientras saboreaba un tierno Croissant junto a un delicioso café con leche, reflexioné sobre si realmente necesitábamos elementos físicos para sentirnos amados. Y dada mi situación económica, recordé a todas aquellas personas, invisibles para muchos, que no tienen los suficientes recursos como para permitirse hacer regalos, y que desgraciadamente no suelen recibirlos, y recordé también que muchas de ellas aún mantienen el espiritu de la navidad, algo que me hace llegar a la conclusión de que estas fechas simbolizan algo más que mero consumismo, simbolizan algo transcendente a lo físico, algo como... el amor.

Y aquel sábado a las 10:00 de la mañana mientras degustaba un placentero desayuno, fue el día en que evoqué el verdadero significado de la navidad, y lo dejé por escrito sobre mi extravagante sillón de piel de llama -Sintética, por supuesto-:

24.12.16

A todos los que me importáis

(Y a ti, señora Erizalde)

Hoy pensé que iba a ser un día como otros, hasta que me vi obligado a salir de casa por la ventana.

Debo admitir que tengo miedo, nunca he tomado grandes decisiones, y como primera vez querría informaros de esa mezcla entre adrenalina y terror que se ha apodera de mi, mientras entre lágrimas y con una maleta bajo mis rodillas escribo esta carta. Una carta que contiene el mensaje más triste para algunos y más preciado para otros: Me marcho. Me marcho de Europa.

Aún no tengo muy claro a que zona de África ir, pero tengo muy presente mi propósito: Ayudar.

Y sí, bien es cierto que podría ayudar en España e incluso en Bilbao, pues la pobreza, tanto externa como interna no entiende de lugares. La diferencia está en despertarse con las melódicas campanas de una iglesia o con el estruendo de una bomba.

Esta navidad he abierto los ojos y sobre todo, mi corazón. Y espero que vosotros también lo logréis algún día. No insinuo, que como yo, os mudeis a la otra punta del mundo renunciando a vuestras vidas, sino, que tengáis en cuenta el amor, el amor a absolutamente todas las personas, pues en eso consiste la navidad e incluso la vida, y a raiz de ahí, dejad fluir vuestra alma y ella os guiará.

PD:Erizalde, espero que no te importe que no pueda pagarte el alquiler de estos últimos meses, he gastado todo mi dinero en un único billete de ida. Feliz Navidad.

Con mucho amor: Hugo

- Me gustaría conocer a Erizalde. - Dijo kenia, su hija menor.

- ¿Os cuento la enciclopédica historia de porque vine a vivir aquí, y solo te interesa Erizalde?

Las dos niñas rieron. Y su padre, sin escapatoría, tubo que ceder a sus risas.

- Vamos, Hugo, hay que llevar los medicamentos a la aldea! - Exaltó Johari, la ex piloto de un avión que solo hizo un viaje de ida.-

Ahora voy, cariño.

La pequeña gran historia de como acabé viviendo en África