Isla #1 | Page 8

Ensayé poner la foto rescatada en la esquina inferior derecha de yisus, sostenida por el marco. Daba la impresión de que era mamá, o hasta yo misma, la que se había muerto, así que tuve que sacarla inmediatamente. En uno de mis descansos salí al pasillo y encontré a mis tíos y mi primo. Hacía frío ahí, lejos del resto de la gente. Mi primo se quejaba de que las técnicas que aprendía en clase no las podía aplicar en nada. Le pregunté si no le servían para trabajar con sus alumnos y me contestó que ni ahí, que esos gurises eran diferentes. La tía le pidió que bajara la voz y él salió a fumar. Ella me abrazó, y pensé que era un buen momento, una buena persona, para confesar lo que me quedaba en el tintero. “¿Cómo no te acordás de la cara de tu hermano? No eras tan chica cuando se fue.” Y no, no me acuerdo. “¿Cómo decirte, sobri? Era igual a vos, pero varón. Igual a vos, con el pelo más largo”. Le dije que esa idea no me reconfortaba mucho. “Mirá, sobri”, intervino mi tío, sin que nadie le diera vela en ese entierro “hay un camino que es de dios, y otros que no. Si tu hermano hubiera seguido el camino de dios, capaz que te acordarías de él. Dejalo así”. Esa noche dormí en la cama grande con mamá. Llevaba varias semanas sin pelarse y, con nuestras frentes pegadas, pude jugar a alternar el foco de mi vista entre los pelitos pinchudos de más allá y más acá de su cabeza. Dormimos con la luz del comedor encendida. No les guardé rencor a esos tipos que, en la otra punta del mundo, habían velado de cuerpo presente a la persona más cool de este planeta. En cambio, sentí envidia de él, de mi hermano, de venir a morirse tan lejos de donde había nacido, rodeado de sus compañeros de credo, borrachos y felices, de sus tres esposas, oscuras y rellenitas, y de un montón de niños que se quedaban con su nombre impronunciable. 8