Isla #1 | Page 5

Así que se decidió que nosotros haríamos un funeral sin muerto ­ o sea, sin uno material y disponible ­ mientras que el cuerpo de mi hermano permanecería en Samoa, a disposición de sus familiares más recientes. Me retiré a mi cuarto a revisar las cartas de mi hermano, en busca de material para una semblanza o discurso de despedida. En la vida real nunca había visto un velorio con orador ­ más que un cura protocolar ­ pero imaginé que íbamos a suplir la falta de cuerpo con algo de parafernalia. Imagínennos a todos, un día entero sentados, llorando en torno a un cajón vacío. Primero apilé las cartas, separadas por receptor y en orden cronológico. Descubrí que solo había una carta a mi padre ­ correspondiente a una semana en la que mamá se pasó en el hospital. Mi hermano chico no tenía cartas, sino 4 postales. Mi montón de cartas, después de todo, era más alto que el de mamá. Me había escrito muchas menos veces, pero más páginas. Es que era difícil seguirle el rastro y hasta mamá perdía la paciencia. A veces él le decía que se iba a quedar 15 días más en un lugar, pero no cumplía, y la carta de mamá nunca llegaba a sus manos. Yo nunca intenté contactarme con él y hubo varios años ­ a partir del momento en que se fue ­ en que nuestra relación fue nula. Sin embargo, cuando mamá le contó que yo estaba preparando mi primer viaje, apareció en el buzón una carta eterna, dirigida a mí, plagada de consejos que iban desde cómo armar la mochila hasta las maneras menos deshonestas de obtener dinero de turistas y locales ­ con su análisis personal de por qué eran menos deshonestas. En ese momento yo estaba contenta de irme, pero también tenía mucho miedo. Cuando le contesté a esa carta aún tenía preguntas por hacer y además, lo convertí a él en el guardián de protocolos de mi hora de morir ­ por si algo me pasaba. Ahora 5