Isla #1 | Page 21

golpe, como quien vomita, parió 3536 huevos. Se alivió bastante, aunque sabía que le quedaban otros tantos en su interior. Al rato, con esfuerzo, puso otros 400, pero se retiró exhausta. Las otras moscas, volvieron a alimentarse. Los blancos huevitos cayeron casi todos fuera del tacho: así de precaria fue la cosa. Artura hizo un nuevo intento pero no pudo. Algo la desgarraba. De pronto la puerta se abrió. La vieja, con cara de sueño, parecía un fantasma; y más aún cuando soltó uno de sus conocidos grititos, al ver el panorama. Buscó en la casa, pero como bien sabía, no había insecticida. Hurgó en los cajones, y encontró un espiral. Eso no le haría nada a una horda de moscas hambrientas, pero acaso sí a la pobre Artura, que no podía moverse. La vieja maldita prendió el veneno, con un encendedor, y lo colocó junto al tacho. El resultado no fue muy bueno: las moscas huyeron, pero de regreso a casa. Mientras la vieja maldecía, a Artura la fue penetrando el humo tóxico. Se fue adormeciendo con los ruidos de fondo, de la tos de la vieja, o del repasador agitándose para todos lados. Sería ya mediodía, cuando Artura se pudo incorporar, y poner otros 1600 huevos, pero ya no pudo más. Fue a posarse en unas plantas. El último ruido que oyó antes de fallecer, fue el de la vieja, que al parecer, cayó tumbada de costado, en algún lugar de su habitación. 21