Isla #1 | Page 19

que se tranquilizara, pero no había caso. La vieja abrió el horno para vigilar los bifes, y Nuria no pudo evitar revolotear a escasos centímetros. Era la fuente del aroma más delicioso que había olido. Ya no estaba el tío Íbero para aconsejar prudencia, y ahora que lo recordaba, él no había tenido mucha, a la hora de su deceso. Era carne. Un cacho cuadrado e inmenso. Una isla jugosa de alimento de primera. Pero no se daba cuenta que estaba volviendo a cruzar la línea. Ni Ronald se animaba a acercarse a más de tres metros. Artura, desde la pared de siempre, tuvo una puntada, como augurio de lo que temía que sucedería de un momento a otro. Chilló entre dolorida y asustada, pero no pudo moverse del lugar. La vieja volvió a revisar el almuerzo, abrió la cocina, Nuria se lanzó con su histórica actitud temeraria, y la vieja la encerró en el horno. No hubo mucho para hacer esta vez. A la vieja se le quemó un poquito la entraña. DÍA 14: Artura entró en un estado de trance, que si se quiere, le fue provechoso. Al llegar la mañana, tenía una calma indiferente. Casi tan indiferente como el día de la matanza, cuando perdió a su madre y a otros tantos. Ni hambre tenía ya. Se quedó en la pared de siempre, y ya no se movió. Los huevos estaban casi prontos; lo sentía. Sucedería de un momento a otro. Sabía perfectamente que el tacho de afuera estaba rebosante. La vieja se había dejado estar, otra vez. Allí los pondría. Había un solo problema: Ronald. Desde la partida de Nuria, ya no tenía nadie que la cuidara con recelo. Cada hora que pasaba, él se le acercaba con arrogancia, más y más cerca. ¿Qué pretendía? ¡Molestar, como siempre! Estaba tan infumable, que ya ni los muchachones lo aguantaban por momentos. En tanto, la vieja, acostada aún, tosió un par de veces. Ronald iba y venía. Sobre el mantel de la mesa del comedor, aún 19