Isla #1 | Page 17

estaba renovado. Íbero se enteró de lo de su sobrina, y comenzó a zumbar a la vieja como loco, sin cesar. La vieja maldijo un par de veces, pero apenas dio unos manotazos. Íbero insistió, ahora con la ayuda de Artura; y la vieja al fin soltó la aguja, y se paró. Las moscas no tenían un plan (¡¿cómo diablos decirle a la señora que Nuria había quedado en la heladera?!); pero era lo único que les salía hacer. Pero afortunadamente resultó. La vieja fue a la cocina a buscar el repasador. Íbero y Artura se pusieron fuera de su alcance. La vieja no tardó en desistir; pero ya que estaba parada, decidió comer algún bocadito de la heladera. No bien abrió la puerta de la misma, Nuria salió disparada, y su hermana y su tío largaron un suspiro de alivio. El agua ya hervía, y la vieja aprovechó para poner los espárragos. Artura regañó largo rato a una Nuria aterida, que no paraba de temblar. Tío Íbero, como de costumbre, actuó de mediador. DÍA 11: La vieja volvió a salir, esta vez a la panadería. A tiempo, para la hora del té, y de una de sus novelas favoritas, llegó con un apetitoso budín. Artura pensó que si cada tribulación de la vieja, iba a desencadenar en una generosidad en sus compras, eran más que bienvenidos todos sus lloros. Pero la señora estaba esplendida. Era una tardecita hermosa. Desde el ventanal del living se veía un cielo celeste. Sirvió la merienda en la mesita, y con cuidado trajo la tetera. Todas las moscas presentes miraron el budín con ojos codiciosos. El atlético Ronald, apostó que robaría una buena miga de aquello. Y mientras la vieja se hundía en su sillón, voló a más no poder, y se llevó el botín. Ni se dio cuenta la mujer. Nuria, aunque seguía achuchada, daba señales de querer volver a las andadas, pero se amilanaba de inmediato, ante la severa mirada de advertencia de su hermana. Tío Íbero, que había 17