Isla #1 | Page 15

A las diez, Artura se extrañó por un griterío, que se daba en el patio, y notó que decenas de moscas ingresaron por las rendijas del extractor, a la cocina. Es que había aparecido una rata –para ellos inmensa­ que también pretendía disponer de la bolsa de basura, y ni Ronald pudo evitar rajar como un niñito asustado. Tío Íbero procuró que todos estuvieran calmos, para pasar una noche sin peligros. Él, como todos, sabía que no había ni una gota de insecticida en la casa, pero por otro lado, vio morir a decenas de hermanos, a golpe de repasador. Pero la vieja no se enteró de nada. Cada tanto se paseaba por la sala, siempre tomando café, pero ni una vez entró en la cocina. De hecho no cenó. Artura y Nuria, se posaron en la pared de siempre, cuando la vieja apagó todo, y la casa quedó en completa oscuridad. Tanto sus compañeras como los mosquitos, se pusieron en campaña, estos últimos encarando hacia el cuarto de la doña, en busca de un poco de su sangre. En la pileta de la cocina, a veces había restos de alimentos mojados. Nuria se dio una vuelta por allí y trajo un trocito de zanahoria, que Artura rechazó. La vieja no dormía. Se oían ruidos en la cama: se estaría dando vueltas para uno y otro lado. Tal vez era la presencia de los mosquitos. De repente se sintió un quejido. Las chicas no entendieron bien el ruido. El quejido se repitió. Venía del cuarto. Se fue repitiendo más seguido y más fuerte. Nuria y Artura se miraron, y volaron en la oscuridad, hasta posarse en el marco de la puerta de la habitación. La vieja lloraba. Lloraba amargamente. Oyeron zumbar a unos mosquitos, molestos, a su lado. La vieja ahogaba un quejido, y luego retomaba el llanto. 15