Isla #1 | Page 11

Tomó el repasador de la mesa, y empezó a sacudirlo en todas direcciones, o golpeándolo contra las paredes, o los muebles sin cosas frágiles. Corrió, pegando grititos hasta el baño, y tomó el antiguo aparato rociador de insecticida, herencia de su madre. Siempre lo tenía lleno, por si acaso, pero eran tantas las moscas que había, que lo vació pareciéndole que apenas había rociado algo. Bien. Hablemos un poco de números, una vez finalizada la matanza: 83 moscas murieron por golpe de repasador. 359 por los efectos del insecticida. 56 sobrevivieron dentro de la casa, a pesar del veneno, y unas 6.500 aproximadamente, huyeron o se quedaron, completamente sanas, en los alrededores del patio o la finca en general. Rigoberta fue, lamentablemente, una de las que murió intoxicada, junto a un florero de margaritas artificiales. Pero Artura tuvo suerte: fue una de las 56 sobrevivientes que se quedaron en la casa, escondidas, o simplemente fuera del alcance de la vieja, que ya no se ocupaba de ellas, sino de baldear la cocina, sacar la basura, lavar el tacho que tenía mayonesa desparramada en el fondo. En esa limpieza, otras 148 larvas fenecieron aplastadas, o trituradas por el trapo de piso. Los moscardones, tuvieron suertes dispares: 37 también huyeron, pero 26 la quedaron. Uno de ellos, Manolo, vale decir que se lo buscó. La doña le tiró decenas de golpes de repasador, junto al extractor apagado. Tuvo decenas de oportunidades de escurrirse entre las aletas inmóviles y huir; pues no, se empecinó en quedarse, y finalmente recibió un golpe de dura tela, certero y lapidario. El padre de Artura, por el contrario, escapó en la majuga. DÍA 2: Artura no se mostraba triste, ni siquiera alterada por el fallecimiento de su madre; de varios de sus tíos; y de muchísimos de sus hermanos. Sin embargo, no era de buen humor. No era muy sociable: en realidad ninguna de sus 11