Isla #1 | Page 10

La señora de casa, avanzaba por la ruta, de regreso, en un micro. No se imaginaba lo que le esperaba al llegar. DÍA 1: A las cinco de la tarde, las mosquitas, apresadas dentro de las pupas, lucharon por salir, pateando las duras pero rompibles paredes de las mismas. Sólo 34 murieron en el intento, asfixiadas. Las demás, lograron hacer el corte circular, y salieron al exterior, aspirando el frío y exquisito aire. Artura, a un costado del tacho, desplegó sus alitas, y las probó un par de veces. No voló muy alto, aunque desde un principio tuvo destreza para aterrizar. Pasó los primeros minutos de su vida posada en una pared, viendo el ruidaje que unos moscardones hacían, alrededor de unas cacerolas y sartenes. Se exaltó de pronto, al ver avanzar hacia ella con urgencia, a algunos machitos, pero luego comprendió que no había remedio. Se dejó montar por uno, al igual que otras miles en distintos puntos de la cocina y el living. El apareamiento terminó, y la casa lentamente iba quedando a oscuras de nuevo, a medida que se acercaba el ocaso. Ni las moscas niñas, ni las adultas, se turbaron al oír el ruido del portón; pero cuando la señora abrió ingenuamente la puerta, dejando entrar la poca claridad que le quedaba al día, se echaron a volar todas, enloquecidas: ­Ahhhhhh­ aulló aterrada la doña, tapándose la cabeza con las manos, mientras miles de moscas le revoloteaban, algunas saliendo al exterior, otras confundiéndose con sus ropas, aquellas yendo a inspeccionar las plantas del patio, estas posándose como imantadas en la lamparita. En el caos, la mujer atinó a prender la luz del comedor y la cocina, y largó un grito idéntico al primero, al ver un tumulto de moscas, moscardones, larvas atrasadas, pupas abandonadas. 10