La idea de la defensa ante la penetración de las
ideologías del imperialismo dio pie a que las manifestaciones de las tradiciones culturales religiosas africanas que acompañaron la nacionalidad
desde sus orígenes se juzgaran como expresiones
folcloristas, valiosas como constancias históricas
de los procesos culturales, pero retrasadas en sus
credos y prácticas con respecto al ansiado progreso verdadero de la revolución. Algunas publicaciones oficiales siguieron las estrategias de
educación ideológica mostrando el lado oscuro de
la tradición y entendiendo el arraigo a ellas como
incompatibles con el desarrollo social.
Abundaron los calificativos de retrógradas, antisociales y contrarias a la revolución.
Permeada la realidad por el discurso del poder, la
orientación creadora derivadas de las bases ancestrales de la religiosidad y el sincretismo resultaba
no solo compleja, sino peligrosa, a pesar de que
derivaban del fenómeno transcultural que había
impulsado el desarrollo de la identidad y la nacionalidad.
La ficción o la invención de personajes y sucesos
imaginarios con símbolos traídos a América por
las mitologías de las religiones africanas para