Identidades Numero 4, Diciembre 2014 | Page 51

aula”, observó en 1883 que el negro, como elemento social, había desaparecido y quedaban solo unos pocos individuos. La clase gobernante argentina (como otras en la región) fue advirtiendo, al compás de la edificación de un Estado-nación, la presencia de los “otros”, a los cuales arrinconó y así se erigió una construcción vertical. Aquella clase se entronizó en desmedro del arrinconamiento de identidades que pasaban a ser periféricas y sobreviene la creación de “alteridades históricas”, narradas y contenidas dentro de un espacio nacional. El Estado nacional moderno es igualitario frente a una comunidad de pertenencia que delimita fronteras. El individuo es igual ante la nacionalidad, como planteó el filósofo francés Étienne Balibar, aunque esa máxima no se cumpliera en el caso de los afroargentinos. ¿Cómo se dio ese resultado? En el caso de los negros, el intento por blanquear y homogeneizar la sociedad argentina de fines de siglo XIX erradicó todo rasgo étnico no funcional a la lectura europeizante. Y el resultado final es que Argentina se jacta de ser una nación blanca, orgullosamente la más blanqueada de Sudamérica. Se recurrió a prácticas de exterminio, intimidación, ocultamiento y otras para que ninguna diferencia pudiera amenazar el colectivo argentino formado al son del “crisol de razas”. El negro fue borrado ideológicamente primero y luego, de forma material, del imaginario nacional. Incluso hoy día, los grupos de mayor apariencia europea discriminan en Latinoamérica a los que no lo son y distan más que otros de serlo. La identidad nacional de los Estados modernos demandó la blanquitud de sus habitantes, tuvieran o no población no-blanca. La modernidad consideró el color blanco como emblemático y éste devino sinónimo de modernidad. En cambio, lo no-blanco pasó a ser considerado premoderno y primitivo. Se puede revisar la forma en que los medios de comunicación occidentales presentan al África como el espacio de la barbarie habitado enteramente por poblaciones negras, aunque haya blancas. Atento a estas variables que se dieron en toda América Latina, es lógico concluir que la Argentina sea un país que se enorgullezca de su raíz europea y, si se supone “descendido de los barcos”, se sostenga que provinieron del sur de Europa desde las postrimerías del siglo XIX, pero hubo otra clase de navío que arribó antes: uno muy diferente, con origen en diversos puertos del África. Fueron los barcos negreros, que dejaron un importante cargamento humano no solo en la región del Río de la Plata, sino en el interior de lo que sería la futura Argentina. La primera entrada formal se dio en 1588 con tres negros esclavos en Buenos Aires. La escasez de mano de obra en las latitudes australes fue constante y como las autoridades metropolitanas desoyeron, imperó el contrabando, en el cual participaron muchos poderosos y el esclavo fue uno de los productos más redituables. A comienzos del siglo XVII, el gobernador de Buenos Aires, Hernandarias de Saavedra, decretó el cese del flujo anual de quince navíos con dos mil negros cada uno, pero la población africana fue creciendo con la misma intensidad del tráfico. Para 1778, el primer censo de lo que luego sería territorio argentino, arrojó que de 200 mil censados unos 92 mil eran negros y mulatos (46%). Varias provincias tenían más de la mitad de su población “parda y morena”. No obstante, el censo de 1895 reveló solo 454 afroargentinos entre cuatro millones de habitantes. De ahí que comenzara a tomar fuerza el mito de la desaparición sin que nadie cuestionara la validez de las cifras oficiales. Tal mito defiende que el negro, por su extinción, no pudo dejar nada tras su paso. Sin embargo, lo que sucedió fue algo muy diferente. Los negros en el país del Cono Sur fueron desplazados por los censistas, estadistas y eruditos que forjaron el mito de la “Argentina blanca”. También se asumió que la presencia africana implicaría desempolvar el flagelo de la esclavitud, pero a pesar de esa táctica deliberada de “blanquear” las estadísticas —la cual debe explicitarse y criticarse— las explicaciones que componen el mito de desaparición se siguen repitiendo y están muy vigentes. Se pueden agrupar en cuatro motivos: 1) la sucesión de guerras desde 1810, sobre todo contra Paraguay; 2) la baja tasa de natalidad y alta de mortandad en condiciones de vida desfavorables y con el recuerdo en la capital de la epidemia de fiebre amarilla de 1871, que cobró muchas víctimas negras; 3) la disminución del tráfico negrero; y 4) el mestizaje. 51