Identidades Numero 4, Diciembre 2014 | Page 111

La callada molienda (II) El valor de la memoria Boris González Arenas Historiador y cineasta Blog Probidad La Habana, Cuba E l 24 de septiembre de 2009 se realizó en La Habana un debate organizado por el Proyecto Cultural Temas: Cultura agraria, política y sociedad. Entre los invitados al panel estuvo Mavis Álvarez, ingeniera e investigadora, quien afirmó: “¿Cómo se les llama a los que trabajan en las UBPC? ‘Ubepecistas’. ¿Qué es eso, de dónde salió esa palabra, que tradición comporta, qué significa en la cultura agraria cubana ser ubepecista? No significa nada, es una pérdida total de la identidad. (…) ¿Cómo se les está llamando a las personas que trabajan en esas fincas familiares? Siempre se les llamó campesinos; la agricultura campesina es de trabajo y economía familiar; pero ahora se les denomina ‘finqueros’. Ateniéndonos a los patrones culturales, al acervo cultural de este país, ser una cosa o la otra, no es nada. El otro típico nombre que se está usando es usufructuario. Así se ha llamado al que está recibiendo tierras en usufructo por el Decreto Ley 259.”1 Mavis Álvarez anota la política del Estado cubano tendiente a ignorar los nombres de prácticas tradicionales y la falta de contenido, la capacidad de no ser nada, de los que se crean en sustitución. Los azares del nombre Cualquier práctica, agrícola, social, comercial o de otra naturaleza, queda desconectada de su pasado por el solo cambio de nombre. Por muy semejantes que sean las prácticas, la variación del nombre les quita, como mínimo, su identidad, pero la condición de nuevo no consagra la falta de arraigo para un término. Aún cuando una práctica agrícola haya cambiado poco, algunos eventos podrían demandarle un nuevo nombre. De ser exitoso el cambio, los años darán a la denominación su historia y legitimidad social. Un cochero pasa a ser chofer por la índole del vehículo que conduce; la majestad pasa a ser señorío por el cambio en el sistema social que le pone al frente del Estado; una patriota soberanista se convierte en gusana por la miseria moral del déspota que la denomina. Todas son definiciones que alcanzan notoriedad y, por las razones que sean, determinan nuevos hábitos y prácticas. En las entrevista acopiadas por Maylan Álvarez en La callada molienda, no son pocas las referencias que solo se hicieron corrientes en nuestro país después de 1959: Héroe Nacional del Trabajo, Bon de los 500, miliciano, donante (de sangre), Millonario (por los millones de arrobas de caña cortada), cooperativista… Todas ayudaron a caracterizar el nuevo panorama laboral del país desde muchos puntos de vista, consiguieron generar sentido y por décadas numerosos obreros se posicionaron a su sombra. Sin embargo, toda redefinición entraña también ciertos riesgos de cara al futuro. Como señala Mavis Álvarez, el nuevo término dificulta la identificación si se pierden las razones que lo inspiraron y poco se puede argumentar para conservarlo. De forzar su mantenimiento o implementar nuevas redefiniciones, el concepto y la práctica que pretende nombrar desviarán sus rumbos sin reconocerse. Eso pasó en Cuba cuando el modelo de desarrollo importado de la antigua Unión Soviética colapsó 111