La callada molienda (II)
El valor de la memoria
Boris González Arenas
Historiador y cineasta
Blog Probidad
La Habana, Cuba
E
l 24 de septiembre de 2009 se realizó en
La Habana un debate organizado por el
Proyecto Cultural Temas: Cultura agraria, política y sociedad. Entre los invitados al panel estuvo Mavis Álvarez, ingeniera e
investigadora, quien afirmó:
“¿Cómo se les llama a los que trabajan en las
UBPC? ‘Ubepecistas’. ¿Qué es eso, de dónde salió esa palabra, que tradición comporta, qué significa en la cultura agraria cubana ser ubepecista?
No significa nada, es una pérdida total de la identidad. (…) ¿Cómo se les está llamando a las personas que trabajan en esas fincas familiares?
Siempre se les llamó campesinos; la agricultura
campesina es de trabajo y economía familiar;
pero ahora se les denomina ‘finqueros’. Ateniéndonos a los patrones culturales, al acervo cultural
de este país, ser una cosa o la otra, no es nada. El
otro típico nombre que se está usando es usufructuario. Así se ha llamado al que está recibiendo
tierras en usufructo por el Decreto Ley 259.”1
Mavis Álvarez anota la política del Estado cubano tendiente a ignorar los nombres de prácticas
tradicionales y la falta de contenido, la capacidad
de no ser nada, de los que se crean en sustitución.
Los azares del nombre
Cualquier práctica, agrícola, social, comercial o
de otra naturaleza, queda desconectada de su pasado por el solo cambio de nombre. Por muy semejantes que sean las prácticas, la variación del
nombre les quita, como mínimo, su identidad,
pero la condición de nuevo no consagra la falta de
arraigo para un término.
Aún cuando una práctica agrícola haya cambiado
poco, algunos eventos podrían demandarle un
nuevo nombre. De ser exitoso el cambio, los años
darán a la denominación su historia y legitimidad
social. Un cochero pasa a ser chofer por la índole
del vehículo que conduce; la majestad pasa a ser
señorío por el cambio en el sistema social que le
pone al frente del Estado; una patriota soberanista
se convierte en gusana por la miseria moral del
déspota que la denomina. Todas son definiciones
que alcanzan notoriedad y, por las razones que
sean, determinan nuevos hábitos y prácticas.
En las entrevista acopiadas por Maylan Álvarez
en La callada molienda, no son pocas las referencias que solo se hicieron corrientes en nuestro
país después de 1959: Héroe Nacional del Trabajo, Bon de los 500, miliciano, donante (de sangre), Millonario (por los millones de arrobas de
caña cortada), cooperativista… Todas ayudaron a
caracterizar el nuevo panorama laboral del país
desde muchos puntos de vista, consiguieron generar sentido y por décadas numerosos obreros se
posicionaron a su sombra.
Sin embargo, toda redefinición entraña también
ciertos riesgos de cara al futuro. Como señala Mavis Álvarez, el nuevo término dificulta la identificación si se pierden las razones que lo inspiraron
y poco se puede argumentar para conservarlo. De
forzar su mantenimiento o implementar nuevas
redefiniciones, el concepto y la práctica que pretende nombrar desviarán sus rumbos sin reconocerse.
Eso pasó en Cuba cuando el modelo de desarrollo
importado de la antigua Unión Soviética colapsó
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