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candidato a la presidencia por primera
vez, lo admirábamos y le deseábamos
éxito; su atrevimiento de normalizar las
relaciones con Cuba y criticar el embargo le ganó más simpatías entre nosotros); contribuyó a animar ese debate en
hogares, colas, guaguas, paradas, cafeterías, peluquerías, barberías. ¿Debemos
tomar a los Estados Unidos como modelo? Definitivamente no. Y no porque el
propio Barack Obama haya reconocido
que nadie debe seguir el modelo de
nadie, sino porque la historia ya ha
demostrado que imitar modelos ajenos
sólo puede conducirnos al fracaso.
Estados Unidos es un ejemplo de que la
democracia no garantiza la justicia
social. Y no debemos renunciar a ninguna de las dos. No debemos convertirnos en un satélite de los Estados Unidos, como nunca debimos serlo de la
Unión Soviética. La raza de Obama,
elemento al que nuestros medios insisten restar importancia, ha demostrado,
como plantea el Comité Ciudadano por
la Integración Racial (CIR) en su declaración por el Día Internacional de la
Lucha contra la Discriminación Racial,
que “pese a la existencia del racismo en
los Estados Unidos, las tendencias
modernizadoras e integradoras imponen
la decencia en el campo de la política, y
envían el vigoroso mensaje de que
definitivamente todos somos iguales
(…) los otros pueden dejar de ser los
exóticos subordinados”. Al dar por
terminado el racismo y la discriminación racial, el gobierno de Cuba se auto
titula campeón de esa lucha y silencia el
debate sobre una cuestión no resuelta
tras arrebatar a los afrocubanos la autonomía en esta lucha para convertirlos en
deudores de la llamada Revolución que
supuestamente nos hizo “personas”,
ignorando la historia y el papel de los
afrodescendientes en la construcción de
la nación.
Recordar… ¿qué parte de la historia?
Para el gobierno cubano habría sido más
fácil lidiar con la visita de un anglosajón de clase alta, interesado en reestablecer relaciones y levantar el embargo,
que al final constituye un obstáculo para
los empresarios norteamericanos interesados en hacer negocios en Cuba. Aquel
representaría el poder en manos de la
elite blanca, la imposibilidad de los
afronorteamericanos de acceder al
poder. Porque está claro que la elite
política cubana quiere una normalización de relaciones que le permita hacer
negocios con los Estados Unidos, pero
necesita mantener la beligerancia de
cara al pueblo y que los cubanos no
dejemos de ver al gobierno norteamericano como el enemigo. Por eso hace
todo para no nos sintamos identificados
con el presidente norteamericano. Las
opiniones publicadas en la prensa son
de cubanos escépticos, que en el mejor
de los casos ven estas nuevas relaciones
como algo positivo, pero llaman a
permanecer alertas, a no olvidar el
pasado, como nos convida Barack
Obama cuando exhorta a no ser “rehenes de la historia”. Ser rehenes de la
historia nos impide avanzar hacia el
futuro, pero olvidarla nos condena a
repetirla. No debemos olvidar la política
de la fruta madura ni que el embargo no
se implantó para favorecer al pueblo
cubano (ni lo ha hecho). La pregunta es
qué parte de la historia quiere el gobierno cubano que recordemos. Ese
gobierno y los medios de comunicación
a su servicio insisten en echar sobre
Barack Obama la responsabilidad de un
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