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como instrumento para canalizar sus
rencores racistas y la impotencia que
genera su falta de argumentos convincentes. Resulta lamentable que, ciento
treinta años después de la abolición de
la esclavitud, un profesional afrodescendiente sea incapaz de separar su
compromiso político de la autoestima
racial y los más genuinos valores humanistas al efecto de acaso criticar a Obama como político, pero ni pensar en tan
increíble ofensa racista. Ha resultado
tan burda y rechazada que solo queda
como confirmación de las inconsecuencias racistas de los gobernantes cubanos. Sin embargo, resulta llamativo que
varios intelectuales reconocidos por sus
posiciones antirracistas y su alineación
oficialista emprendieron severas críticas
contra Argudín Sánchez y el propio
semanario habanero. Llama poderosamente la atención el malestar e inquietud de estos intelectuales y activistas
por el tratamiento irrespetuoso a Obama, mientras conviven pasiva y cotidianamente con toda suerte de menosprecios y atropellos que sufren los afrodescendientes cubanos en su historia, su
dignidad y sus derechos. Quienes ahora
se molestan por esta innecesaria y absurda ofensa al presiente norteamericano conviven cotidianamente con
muchas manifestaciones de racismo
institucionalizado, y presencian impasibles y silenciosos los actos de represión
contra los pacíficos activistas antirracistas, que en varias ocasiones han sido
expulsados por la policía política de los
espacios culturales públicos ante la
mirada impávida de estos intelectuales
oficialistas tan preocupados hoy por la
ofensa a Obama. Los ahora molestos
intelectuales conviven con total naturalidad con las omisiones y tergiversaciones de la historia y con los discursos
denigratorios que dibujan en los espacios culturales y mediáticos la peor
imagen de los afrodescendientes cubanos. Ante la vista impávida de estos
señores, las autoridades han práctica-
mente anulado la conmemoración popular del acto heroico de los miembros de
la hermandad secreta Abakua que, en
noviembre de 1871, se inmolaron para
intentar rescatar a los inocentes estudiantes de medicina fusilados por los
colonialistas españoles. De igual forma
fueron testigos inermes —e incluso
algunos de ellos protagonistas— del
linchamiento mediático que sufrió el
destacado intelectual Roberto Zurbano
por causa de las verdades dichas en
artículo para The New York Times.
Llega a mis manos el texto “La visita de
Obama remueve el racismo”, firmado
por la periodista y activista Gisela
Arandia, que critica el irrespetuoso
tratamiento a un renombrado visitante y
deplora el artículo de Agudín Sánchez
como evidencia inequívoca de la persistencia del racismo en Cuba. Precisamente en acusarlo de “falta de la elemental ética revolucionaria” está el
primer error de concepto. La ética es un
valor universal, sin matiz político ni
ideológico, que radica en el respeto al
otro, incluido al diferente. Agregarle e
apellido revolucionaria implica poner
límites y distorsionar la universalidad.
La ética está esencial y totalmente
reñida con los condicionamientos políticos. La autora asume el lamentable
hecho como positivo, por cuanto pone
en evidencia el racismo que todavía
subsiste en la sociedad cubana. No era
necesario, puesto que las desigualdades
y discriminaciones son tan evidentes
que incluso el Comité de la ONU para
la Eliminación de la Discriminación
Racial (CERD) hizo al gobierno cubano
muchas críticas y señalamientos. Y el
prestigioso jurista colombiano Pastor
Elías Murillo, relator del CERD para
Cuba en 2011, fue objeto de discriminación a su paso por la Isla como incognito turista. Lo sucedido con el infeliz
artículo no resulta un hecho aislado.
Ante la reacción desatada por las autoridades frente al impacto de Obama,
quizás los periodistas y directivos del
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