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ricana, la toma de conciencia y sensibilidad humanista para asumir criterios y
valoraciones destinados a combatir la
persistente mentalidad racista, así como
los silencios y ocultamientos que tergiversan la historia, constituyen el arma
idónea para promover la igualdad en el
plano jurídico y social prácticos. De alto
valor son las consideraciones de la
autora sobre la importancia de la sensibilidad y participación de las personas
de raza blanca en las sociedades multirraciales con pasado esclavista y con
vocación de modernidad para esta larga
y difícil lucha por la igualdad y la justicia. Hay que recordar en qué medida fue
importante la implicación de las personas blancas en los movimientos antirracistas de dos naciones con pasado de
segregación institucionalizada: EE. UU.
y Suráfrica. Considero trascendental
este concepto esbozado por la autora:
“¿Por qué es tan difícil reconocer que el
trauma y terror del racismo y sus manifestaciones y su violencia no solo lastiman a los afroamericanos y gente de
color? El racismo agrede a todo el
mundo. Me lastima a mí, como persona
blanca”. El presente y futuro están
seriamente comprometidos por las
desigualdades y polarizaciones que
todavía persisten y colocan a los afrodescendientes cubanos en grave situación de cara a nuevas correlaciones
socioeconómicas. Para Cuba resulta
imprescindible y determinante que
todos los ciudadanos sin excepción se
incorporen la lucha por la igualdad
racial, el respeto a la diversidad y las
identidades como principio y sentido de
la vida y como vehículos insustituibles
para alcanzar el crecimiento personal y
la armonía social. Esto es importante
porque la mentalidad racista se ha normalizado en las referencias y visiones
de las grandes mayorías, al punto que
incluso las propias víctimas del racismo
muchas veces reproducen esos patrones
y se muestran incapaces de percibir las
cotidianas manifestaciones de discrimi-
nación en todos los espacios de la sociedad. Incluso la historia brinda lecciones inequívocas. Hace más de cien años,
uno de los costosos errores de los líderes del PIC fue no colocar en posiciones
visibles y prominentes a sus miembros
de piel blanca para evitar la acusación
de racistas, con la cual se pretendió
justificar la desproporcionada represión.
Todavía hoy escuchamos aquella acusación en espacios académicos oficialistas. Nuestra sociedad está obligada a
encaminar su insoslayable lucha contra
el racismo a partir de referentes de
integración racial, que junto a la autoestima, la identidad y el auto reconocimiento de los afrodescendientes deben
convertir la larga historia común de
todos los cubanos en equilibrada convivencia e igualdad de oportunidades. Es
necesario activar todos los mecanismos
educativos, intelectuales y propagandísticos para que también los cubanos de
piel blanca se involucren con la mayor
sensibilidad y compromiso en la recuperación de la verdad histórica, el debate
público y la lucha activa contra las
manifestaciones de racismo y desigualdad. Lamentablemente, además de las
evidentes manifestaciones y actitudes
racistas de los gobernantes cubanos,
subsisten manifestaciones de racismo
institucional en determinados espacios
de la sociedad, así como deplorables
rezagos discriminatorios contra los
afrodescendientes en algunas regiones
del país. José Martí, reconocido como el
Apóstol de la independencia de Cuba y
nombrado así por un patriota afrodescendiente, Rafael Serra, afirmó que el
ideal de una Cuba libre era una nación
unida con todos y para el bien de todos.
Sin embargo, eso será un sueño incumplido mientras la discriminación y la
desigualdad excluya o margine a un
segmento de la sociedad que tanto ha
contribuido a la construcción nacional.
En los últimos años, el movimiento
antirracista independiente cubano ha
agrupado a ciudadanos de todos los
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