IDENTIDADES 1 ESPAÑOL IDENTIDADES 8 ESPAÑOL | Page 31

Muchas realidades vividas con las dinámicas y estructuras segregacionistas y las maneras en que han tenido que ser enfrentadas, no se identifican mucho con las correlaciones interraciales en Cuba, sobre todo por las particularidades muy exclusivas de la diversidad y convivencia social a través de nuestra historia. El enorme peso demográfico de los africanos y sus descendientes desde la época colonial, el determinante papel jugado en todos los espacios económicos, el protagonismo en todas las confrontaciones de carácter político, así como en las construcciones culturales de la nación, diferencian a Cuba de la mayoría de los países del continente, en los cuales, por lo general, los afrodescendientes constituyen minorías, o segmentos poblacionales territorial, cultural y socialmente arrinconados, excluidos y en algunos casos invisibilizados. A pesar de eso, importantes elementos señalados por Stuparitz encuentran nítido y permanente reflejo en la sociedad cubana, donde del poder hegemónico y supremacista ha mantenido a los afrodescendientes en condición de inferioridad y siempre alejados de los poderes, los accesos, los privilegios y los reconocimientos por encima de épocas, coyunturas y colores políticos. La autora señala con gran tino la notable ausencia de referencias claras sobre las más antiguas estructuras y prácticas racistas en los textos y programas de estudio. Vale citar un enunciado que a los cubanos nos parecerá muy familiar: “Lo que recibí fue una desinformación que me enseñó que de eso no se hablaba, que de eso no se preguntaba y que no ameritaba un tratamiento serio o más profundo. Es así que, desde que tengo uso de razón, el silencio blanco ha estado informando mi deseo de des-aprender el racismo y la supremacía blanca” Precisamente ese ha sido uno de los lastres o carencias que hemos padecido históricamente. A pesar de que la Constitución y el Códi- go Penal vigentes recogen figuras contra los delitos de apartheid y los derechos de igualdad, en Cuba no funcionan mecanismos efectivos que prevengan y sancionen los actos de discriminación racial y, además, el tema está fuera de la agenda pública, con una muy pobre ventilación intelectual y académica, con una muy exigua representación afrodescendiente en las imágenes simbólicas, corporativas y comerciales. Las particularidades históricas y sociológicas de Cuba condicionan que el racismo no se caracterice por la permanente confrontación violenta, salvo coyunturas específicas y límites, como la ejecución del prócer José Antonio Aponte y sus compañeros (1812), la cruenta represión por la llamada Conspiración de La Escalera (1844), la masacre de miembros del Partido Independiente de Color (PIC) y pobladores inocentes (1912) o el asesinato judicial de tres jóvenes afrodescendientes (2003) que secuestraron una lancha de pasajeros sin consecuencias fatales. En ellas el poder ejerce la más cruel y descarnada violencia racista para conjurar supuestas amenazas a la integridad de esa hegemonía supremacista y excluyente. El racismo y la discriminación se verifican en el plano de la exclusión, el menosprecio y la desigualdad social, siempre matizados por la negación de méritos, espacios y oportunidades a los afrodescendientes. Sin embargo, como justamente expone Stuparitz, en el plano de las mentalidades es donde más se han afianzado esas imágenes y referencias racistas y de donde es más difícil removerlas. Junto a la ausencia de debate sobre el tema y la falta de voz cívica y pública de los afrodescendientes para defender sus intereses y valores, la normalización de esos patrones y criterios racistas es el pri