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ni la rentabilidad, el trabajo con el
Estado no logra convertirse en fuente de
riquezas para la sociedad ni en condición para satisfacer la estructura de
necesidades de las familias. No es un
motivador social. Tanto el monto como
la estructura salarial no cubren el precio
de las mercancías en los mercados más
dinámicos y estables: el mercado en
divisas y el mercado informal. Ni los
mercados estatales ni la distribución
racionada ofrecen estabilidad a la canasta básica. Los cubanos se ven obligados,
por tanto, a buscar su economía dineraria fuera del Estado y a desarrollar su
ética del trabajo fuera de la economía
oficial. El enfoque del gobierno hacia el
trabajo reproduce también la mentalidad
criolla y concibe al trabajador en actividades autónomas e independientes, que
favorecen la libertad y movilidad horizontal del mercado laboral y con ello la
innovación, la rentabilidad y la riqueza,
pero solo como complemento de la
economía burocrática. Para el gobierno,
aquel trabajador es un proletario en las
fronteras de la empresa estatal y doblemente limitado: por la inseguridad
jurídica de su propiedad y por la incapacidad de acumular activos productivos. El gobierno pretende seguir endosando el trabajador a la burocracia y a
los grandes conglomerados humanos,
siempre improductivos, pero garantes
del control extraeconómico, como en las
antiguas haciendas españolas y criollas.
La ética del trabajo del gobierno está
más vinculada estructuralmente al gasto
y derroche en proyectos simbólicos y
suntuarios de valor político que a la
produ