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En Cuba, ¿es un arte el transformismo? Nonardo Perea La Habana, Cuba orrían los años 90 y con apenas 18 años me llevó por primera vez un gay a una casa donde de manera secreta e ilegal se ejercía el transformismo. Antes de llegar al Reparto Capri, municipio de Arroyo Naranjo, mi acompañante fue dándome indicaciones de qué debía decir y puso especial énfasis en que personificara a Mirtha Medina. Para ser franco, ya había ido a algún que otro concierto de C ella y me parecía excelente cantante y actriz, pero no de mis favoritas. A la postre descubrí que el interés de mi recién conocido era poner la cosa difícil a uno de los anfitriones, que a pesar de su piel negra y algo pasado en años personificaba de manera digna a la artista de piel blanca. El otro anfitrión compartía vida en pareja con el primero y había elegido como personaje a la cantante Fara María. Al principio no entendí el transformismo y me resultó risible entrar a un mundo en que todo era prácticamente una farsa. Los show eran sábados y domingos; la casa se abarrotaba de homosexuales tan solo para ver y disfrutar del espectáculo. Lo que más se halagaba era el vestuario, porque nadie cantaba con su voz, sino que imitaba el canto al reproducirse la pieza en una grabadora rusa. Sin apenas darme cuenta, me vi un buen día en el interior de un cuarto que usaban de camerino, sin ropa ni zapatos de buena calidad que ponerme y aprendiendo a maquillarme, porque ya tenía bien claro que no podía quedar como un payaso. Todo fuera del camerino era maravilloso, pero dentro 102