IDENTIDADES 1 ESPAÑOL Febrero 2017 | Page 116

pudo escapar a las trampas del sentido común sucedáneas de aquella racialización que lleva siglos . En el párrafo siguiente , al pintar el panorama racial americano como consecuencia de la invasión europea , minimiza a uno de los colores de esta paleta : el negro . No solo excluye la presencia sursahariana — que es casi tan antigua como la europea — al reducir de tres a dos los continentes implicados en nuestra historia pos-colombina . También deja la inferencia al lector al mencionar de pasada , entre las resultantes biológicas de tal miscegenación , a mulatos y zambos . Suma confusión el reiterado empleo de la categoría raza , como si pudiera ser plural en el humano , y afirma que tales resultantes sanguíneas son precisas y científicas , cuando su creación , imposición y perpetuación social sólo obedeció a factores coyunturales siempre a favor del blanco , como el estatus y la riqueza de quien era así designado . En otras palabras , ser mulato o zambo en la sociedad americana colonial era cuestión de consenso y / o imposición en un orden social atravesado por desigualdades que provocaban el europeo y el criollo de tal ascendencia , y el dictum de la naturaleza . La reducción explicada de los tres siglos y medio de genocidio africano — que otros llaman trata esclavista o , peor , La Ruta del Esclavo — y de los cinco siglos de historia afrolatinoamericana o latinoafroamericana no sería tan incongruente con la supuesta improcedencia de incluir el color negro en nuestra paleta sociocultural . Ha venido siendo la ingrata moneda de cambio dada a los afrodescendientes por tanto beneficio cultural y material extraído de ellos por todos los medios de violencia posible . Más desconcierta aún — en la narrativa refractaria de lo afro por González — que más abajo celebre la llegada al continente de “ nuevas corrientes migratorias europeas y sus etnias asociadas a partir de la década de 1870 (…) inmigrantes de los ahora lejano y cercano Oriente , que diversificarán aún más el crisol latinoamericano ” ( p . 62 ). Sin negar la importancia cuantitativa de esta inmigración — en algunos países , regiones y épocas más que en otras —, su contribución al mestizaje musical americano no es proporcional , sino más bien puntual y excepcional ; por tanto , irrelevante . Con todo , la extrañeza de tal referencia se revela pronto , pues no tenía otro motivo que preparar el terreno para introducir a uno de los grandes pensadores de la pos-colonialidad : el palestino Edward Said , quien con su libro Orientalismo ( 1978 ) inauguró esta teoría . González pudo haber aguzado su pluma al citarlo antes que celebrar la migración de sus co-continentales . El peso académico de Said le resultó suficiente para forzar la realidad musical americana a una pleitesía a los inmigrantes asiáticos . Al sopesar ambas presencias , subsahariana y oriental , en América , advertimos que los , por lo bajo , cien millones de africanos usados como combustible biológico para posicionar a Europa como primer mundo atrapan en su silencio a más de un pensador con intenciones americanistas . La historiadora argentina Judith Farberman es especialista en religiosidad popular con respecto a la magia y la hechicería de la época colonial en Santiago del Estero y Tucumán . Ha publicado dos libros , uno académico ( 2005 ) y otro de divulgación ( 2010 ), que tratan sobre la salamanca , y sus fuentes rebosan en negros , zambos , pardos y mulatos — según la terminología de la época — y sobre todo en negras , zambas , pardas y mulatas . Pero en su análisis parecen ser una mera cuestión biológica y la diversidad del fenómeno se reduce al sustrato indígena y al catolicismo de cuño hispano . Su libro académico da en el capítulo 1 ( pp .
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