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preparar la cena. Estaban demasiado cansados para una fogata y todo
el mundo se acostó temprano.
“Esta noche no quisiera que nadie me molestara”, pensaba el jefe de
exploradores, muy contento, mientras se acomodaba para pasar la
noche. Se estiró relajándose completamente y bostezó mientras sentía
que dulce paz del sueño lo embargaba.
Los muchachos de ambos lados estaban quietos. “Probablemente ya
estarán dormidos”, pensó él. Los tendría que felicitar a la mañana
siguiente por lo rápido que se habían dormido. Era un lindo grupo de
muchachos. Realmente, era un placer hacer las cosas juntos.
Pero. . . ¿qué era eso? Seguramente sus oídos lo estaban engañando.
Después de todas las lindas cosas que había pensado, seguramente los
muchachos no estarían molestando. Levantó un poquito la cabeza para
escuchar. Sí, no se había equivocado. Era un murmullo de voces de
muchachos que salía de una de las carpas. Tendría que levantarse y
pedir a los muchachos que se tranquilizaran.
No sintiéndose ni siquiera molesto, salió del saco de dormir y se dirigió
a la carpa de donde salía el murmullo.
¿Y qué se añadía a esa falta? ¡Los muchachos tenían la luz encendida!
Tal comportamiento estaba completamente fuera de lugar. “Espérate
hasta que los coja”, murmuró. “Les voy a decir dos o tres
Cosas!”
Caminó despacio y sin hacer ruido. Al llegar a la carpa, levantó la orilla
con sus manos y se paró en seco. Se ruborizó, y tan silenciosamente
como había ido, dejó caer la orilla de la carpa y regresó. “¡Queridos
muchachos! “, murmuraba. “Pensar que los iba a regañar por hacer
ruido!” Estaban todos arrodillados y orando con el jefe de la patrulla en
el centro.”, “Caramba! ¡Yo sabía que eran buenos muchachos! ¡Me
alegro que no me hayan visto!”
Más tarde se lo contó a su pastor. “Cuando recuerdo en lo que pensaba
decirles”, le dijo, “se me sube la sangre a la cara. Pero lo que vi, me
llenó de gozo el alma”.
No, esos muchachos no eran Conquistadores, pero habían aprendido el
verdadero significado de “andar con reverencia en la casa de Dios”
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