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- 60 - “Sí”. Gregorio todavía estaba guiñando los ojos. El estaba seguro que no daría resultado. Nadie jamás lo había obligado a hacer algo que no quería hacer, ni aun su propia mamá. Pero Gregorio se iba a sorprender. El director del campamento llevo a cabo sus planes y durante cinco días y medio, tuvo que dormir a su lado, comer a su lado, lavarse la cara a su lado, y caminar detrás de él a dondequiera que iba. Ya para el segundo día, las muecas y los guiños de Gregorio habían desaparecido. Cuando llegó el último día del campamento, habían sido reemplazadas por la expresión más triste e inconforme que te puedas imaginar. Los muchachos le pusieron un apodo, “el cachorrito”, y las niñas lo llamaban “el corderito de María”. Cuando piensas en el buen tiempo que los muchachos pasan en los campamentos, es triste creer que Gregorio planeó divertirse de otro modo que no fuera siendo cortés y obediente, como prometen los Conquistadores cuando repiten la Ley y el Voto del menor. [email protected]; [email protected]