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Si fuera correcto quebrantar la ley de Dios, no hubiera sido
necesario que Jesús muriera. Guardar la ley de Dios exactamente
de la manera que el ha dicho es la única
forma me vivir.
Sencillamente no existe ninguna otra forma de disfrutar la vida o en
realidad de tener éxito, o de vivir eternamente.
David pensaba que era divertido no obedecer las reglas de la escuela,
hasta el día en que llego el nuevo maestro. “¡Un nuevo maestro!”, el
se reía entre dientes, mirando al frente del aula una montaña.
“¡Ahora si que me voy a divertir!”
El señor Sánchez, el nuevo maestro, pidió a los niños que abrieran
sus libros. Inmediatamente David le tiro algo a Horacio, y varios de
los muchachos insistieron para que Horacio lo tirara de nuevo.
“Por favor, tranquilícense”, dijo el señor Sánchez. “Trate de
tranquilizarme”, dijo David. Casi se tapo la boca cuando lo dijo, pero
n realidad, el esperaba que el maestro lo hubiera oído. Seria
divertido ver que haría el maestro en este caso.
-- ¿Dijiste “trate de tranquilizarme?”
-- Si – dijo David. Los muchachos se rieron por lo bajito.
-- Entonces, venga conmigo – dijo el señor Sánchez.
El maestro no estaba enojado, ni siquiera un poquito, pero había
algo en su voz que no sonaba a juego.
David siguió al maestro por el pasillo hasta un cuartito que había en
un extremo –
-- Mejor es que no me pegue, si es lo que intenta -- dijo David.
-- ¿Porque no?
-- Me dan rabietas.
-- Pues eso es exactamente lo que estoy intentando hacer -- dijo el
señor Sánchez.
-- Volveré a desobedecer -- advirtió David.
-- No, no creo que lo harás – dijo el maestro --.
Los muchachos a quienes les pego, no desobedecen otra vez.
En ese momento el señor Sánchez se quito el cinto.
--- Acuéstese sobre mis rodillas, jovencito.
David se resistió. Pero no le valió de nada.
-- Una cosa,
antes de empezar, -- dijo el señor
tranquilamente --. Si tú quieres coger una rabieta, puedes
Cuando yo castigo a un muchacho, le permito determinar
cintazos quiere. Tan pronto como prometas que te portaras
dejo de pegar.
Sánchez
hacerlo.
cuantos
bien, yo
¡Y allá fue el cintazo! David se puso rígido. De nuevo el cintazo. David
grito, pero no quiso prometer nada. Una vez más, el cinto golpeo en el
mismo lugar, otra vez más. David se sentía tan adolorido que creía que
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