momento en que venía al mundo.
El
de María son cosas que no puede
expresar el lenguaje humano. El Padre
Eterno se halla, si nos es lícito emplear
esta expresión, adorablemente
impaciente por dar a su hijo único al
mundo y verle ocupar su puesto entre
las criaturas visibles.
El Espíritu Santo arde en deseos de
presentar a la luz del día esa santa
humanidad, que él mismo ha formado
con divino esmero.
8. Día octavo
Llegan a Belén José y María buscando
hospedaje en los mesones, pero no
encuentran, ya por hallarse todos
ocupados, ya porque se les deshace
a causa de su pobreza. Empero, nada
puede turbar la paz interior de los que
Si José experimentaba tristeza
cuando era rechazado de casa en
casa, porque pensaba en María y en
el Niño, sonreíase también con santa
en su casta esposa. El ruido de cada
puerta que se cerraba ante ellos era
una dulce melodía para sus oídos.
Eso era lo que había venido a buscar.
El deseo de esas humillaciones era
lo que había contribuido a hacerle
tomar la forma humana. ¡Oh! ¡Divino
Niño de Belén! Estos días que tantos
o descansando muellemente en
cómodas y ricas mansiones, ha sido
vejaciones de toda clase.
¡Ay! el espíritu de Belén es el de
un mundo que ha olvidado a Dios.
¡Cuántas veces no ha sido también
el nuestro! el sol se pone el 24 de
diciembre detrás de los tejados de
de las rocas escarpadas que lo rodean.
Hombres groseros, codean rudamente
al Señor en las calles de aquella aldea
oriental y cierran sus puertas al ver a
su Madre.
La bóveda de los cielos aparece
purpurina por encima de aquellas
colinas frecuentadas por los pastores.
Las estrellas van apareciendo unas tras
otras. Algunas horas más y aparecerá
el Verbo Eterno.
cabalgadura durante el viaje y en
aquella cueva hallaron un manso buey,
dejado ahí probablemente por alguno
de los caminantes que había ido a
buscar hospedaje en la ciudad.
El Divino Niño, desconocido por sus
criaturas va a tener que acudir a los
irracionales para que calienten con su
y la adoración que le había negado
Belén. La rojiza linterna que José tenía
en la mano iluminaba tenuemente
ese pobrísimo recinto, ese pesebre
de las maravillas del altar y de la
que Jesús ha de contraer con los
hombres. María está en adoración en
medio de la gruta, y así van pasando
silenciosamente las horas de esa noche
llena de misterios. Pero ha llegado
la media noche y de r \[