La caja de tiempo y memoria
E
n la conformación de la realidad el sujeto es un elemento
activo que, lejos de limitarse
a captar los objetos, los ordena conforme a categorías dictadas por el
entendimiento. Así reza la Estética
Trascendental kantiana al identificar
el tiempo como una de esas formas
puras que instauran el orden entre
la multiplicidad de sensaciones.
El tiempo no es una realidad en sí
sino una categoría apriorística de la
sensibilidad, fuerza invulnerable, dirá
Alan Pauls, capaz de afectar sin ser
afectada1 . Este extraordinario poder
del tiempo en la configuración de la
realidad ha sido y es constante en la
obra de Concha Jerez (Las Palmas
de Gran Canaria, 1941) incluso
desde su primerísima etapa minimalista. De entre aquellos trabajos
iniciales el MUSAC recupera Crónica de 7 muertes olvidadas: blanco
y negro, plano y línea en reflexión
sobre cómo sólo existe lo que se
incardina en el tiempo.
Pero la sucesión de “ahoras”
conforme a los que ordenamos la
realidad sólo puede ser enlazada
mediante la memoria; esa gran y
sutil fingidora. La memoria retiene,
adorna, censura, olvida, erige, como
afirma John Banville2 , el sueño de un
“La Caja de cotidianeidad”
Concha Jerez
Fotografía Miguel Quintas
sueño en el que el original queda transfigurado. En su proceder, memoria y
olvido obedecen a razones políticas
como las que Concha Jerez narra
en Que nos roban la memoria (2002)
o en Jardín de ausentes (2002), y
también a razones de género. Para
albergar estas últimas y así denunciarlas la artista construye el gran
contenedor de metacrilato Caja de
cotidianeidad, 1998-2014. Su trans-
parencia impide esconder, disimular
o encubrir que la tradición no concedió autoridad ni sentido a las acciones
y palabras de las mujeres. Acciones,
palabras, vidas que la artista narra en
acetatos impresos sobre vasos a modo
de vano intento por rescatar una
historia robada, y digo vano, porque
los vasos no pueden ser tocados y los
textos, impresos de modo circul