Generando Arte. La Revista Nº 0 | Page 37

serpenteante y carnal espalda… La mujer trabajadora, esa febril, abusada, decadente y hastiada mujer industrial en Honoré Daumier. La mujer solitaria, ensimismada, extenuada en “La lavandera”, en aquella que se sienta en el “Vagón de tercera clase” y que aún tiene vigor para amamantar a su retoño… Mujeres que pasean con sus contrastadas prendas de albayalde sobre los espumosos y azules planos de Sorolla. La mujer como capricho erótico, la mujer desabrigada para el gabinete del otro. La “Venus de Urbino”, de Tiziano; “La maja desnuda”, de Goya… La mujer objeto, la mujer del mito sexual, de la sociedad de masas, del “sueño americano”, del pop. Esa mujer florero, orientada a forzar su coquetería para servir al desordenado individualismo varonil, esa mujer suicidada, esa pobre Marilyn. Julio Romero de Torres nos representa el tópico para desbancarlo. Pacatas retrógradas, envenenadas con la beatería, se funden con inocentes y desnudas paganas en escenas compartidas, para poner en “tela de juicio” lo divino y lo profano. La mujer de Romero de Torres es encastrada en el quicio como denuncia. La Femme Fatale. La mujer que atrapa, que desata, que arroja al abismo, que extermina al hombre. La “Judith” de Klimt, que emerge como una maliciosa premonición del áureo fondo de cortina y agarra la cabeza de Holofernes como un trofeo desdeñable, insignificante. La mujer prostituta. En la Antigua Roma la prostitución era imprescindible para el buen funcionamiento del Estado, por canalizar las pulsiones sexuales masculinas, evitando las relaciones ilícitas en las castas honorables de las matronas. Los lupanares eran rubricados con falos luminosos y las meretrices, esclavas o libertas, habrían de mostrarse vilmente con los cabellos teñidos o con pelucas amarillas y túnicas cortas, por precarios servicios que no alcanzaban ni un denario. El Noli me tangere de la Vulgata, llega a abordarse en la Historia del Arte como la iconografía de la culpa. Así es como Jesucristo repudia a María Magdalena en la obra de Correggio. La mujer prostituta de desgraciado auge en la, a menudo, misógina y concupiscente bohemia parisina. Musas para complacer en el taller, en el cabaret. Toulouse-Lautrec representa en su valiente, desoladora, explícita y escalofriante obra: “La inspección médica” la mustia realidad de aquellas mujeres de sexo y absenta. En “Las Señoritas de Avignon”, ese gran cuadro precubista de desafortunada intención, Picasso y su amigo Max Jacob fantasean con las mujeres de su entorno en un burdel, bajo un discurso jocoso y bochornoso. La mujer libertad, la mujer como alegoría de la Nación, de la Patria, de la unión de clases, de la Igualdad; la mujer como icono universal de “Liberté, Egalité, Fraternité”… Fue la mujer la que guió la liberación del pueblo en la “Revolución Francesa” con el gran cuadro político de Delacroix: “La Libertad guiando al pueblo”. La mujer Eva… Eva es el pecado original en Durero, la pena capital, el maligno designio de la Humanidad en Cranach, la expulsión del paraíso, la aliada de Lucifer. Eva es la mancha del catolicismo, sólo redimida con el máximo sacramento: el Bautismo. En el s. XX, Eva es secularizada. La accidental y masiva incorporación de la mujer al ámbito laboral, por las bajas y ausencias de los hombres hacia el campo de batalla en el periodo de entreguerras, así como el generalizado acceso a la universidad, hace que las mujeres representen y se representen co