ESCUELA DE DESCODIFICACIÓN BIOLÓGICA ORIGINAL 2015 2016 Vol. 3 | Page 45

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Padres e Hijos

Hemos visto lo fundamental de las etapas de gestación, nacimiento y primera infancia. En ella se van a asentar además las bases de dos aspectos fundamentales: el tipo de relación que se establece entre padres e hijos y la percepción del bebé y niño de su propio ser.

Sobre estos dos aspectos se construirán posteriormente sus capacidades sociales, que definirán la forma en que se relacionará con los demás. Sus futuras relaciones interpersonales tendrán como referencia el vínculo afectivo o apego -mantenimiento y desarrollo de los lazos afectivos con personas cercanas- especialmente, en el inicio, con la madre. El vínculo afectivo o apego es una relación emocional intensa, segura y perdurable con una persona o cuidador específico. Los primeros dieciocho meses son un período crítico para el establecimiento positivo de este apego primario. Apego que inicialmente se establece con la madre (por algo ha estado nueve meses en simbiosis con ella), aunque puede darse el caso en el que sea el padre (o la abuela, u otra figura próxima al bebé) el que ejerza la función maternizante de forma efectiva.

Lo normal es que el bebé (especialmente si su vínculo primario es percibido como seguro), con el tiempo, abra su atención al otro miembro de la pareja y a otras personas de su entorno más cercano. Los sistemas del cerebro humano responsables de las relaciones sociales se crean y desarrollan a lo largo de la gestación, en el nacimiento (como experiencia emocional intensa) y durante los primeros años posteriores. Las experiencias vividas en estas etapas, especialmente la calidad del apego primario, influirán poderosamente en el desarrollo de las capacidades que definen el establecimiento de vínculos sanos y constructivos con los demás, como la empatía, el afecto, la generosidad y el amor. Desde la concepción y hasta los tres años de edad se construyen y definen los sistemas cerebrales responsables de todo el funcionamiento cerebral, conductual, social y fisiológico para el resto de la vida.

Si en los primeros años desde el nacimiento, los padres son capaces de escuchar y atender las necesidades emocionales de sus hijos (que es cuando es más fácil hacerlo), se habrá establecido una confianza y seguridad mutua, que permitirá que la relación posterior, cuando el niño crezca (que es cuando su mundo emocional se intensifica y se hace más complejo), sea fluida. La crianza viene a ser como la construcción del barco con el que luego navegaremos por los mares. Cuanto mejor sean sus materiales y su diseño adaptado a nuestras necesidades, más seguros viajaremos, mejor podremos afrontar las dificultades y disfrutar de las travesías. Una crianza basada en atender las necesidades emocionales de los bebés y niños, creando un intenso y profundo vínculo afectivo, es una sólida base para recorrer con ellos el camino posterior armoniosamente, pudiendo afrontar los conflictos y dificultades que se presenten como una oportunidad de aprendizaje y un reforzamiento de la relación.

En sus primeros años desde su nacimiento, el bebé y el niño van a empezar a construir su autoimagen, la visión que tiene de él mismo. Si en la crianza se le atienden sus necesidades emocionales, sentirá que tiene valor en sí mismo, que es importante para sus padres. Son los cimientos de una autoestima, que será indispensable ayudarle a desarrollar los años posteriores, a lo largo de la infancia. También va a establecer su forma de contemplar a los demás: confiando o temiendo, y el tipo de comunicación que se puede esperar recibir: empática o con juicios.

Un cambio necesario

Un cambio en las formas y modelos relacionales con bebés y niños que, sin dudarlo, ha de plantearse desde de la raíces del desarrollo humano, desde la gestación. Un cambio sobre la forma de afrontar la relación madre-bebé intrauterino y en las formas de acompañar el parto y el nacimiento. Un cambio en los modelos relacionales con bebés y niños en la crianza y en la educación. Las experiencias tempranas y a lo largo de la infancia, definen las características en que cada uno se relacionará con los demás. Facilitaremos en el niño la capacidad plena del respeto, la empatía, la tolerancia, la generosidad, la compasión, el altruismo, el amor por uno mismo y los demás, la sensibilidad por los animales y la naturaleza, si somos capaces de que esas experiencias contengan esos valores, si los han recibido de nosotros. Produciremos lo contrario si las experiencias que atraviesan bebés y niños, contienen los valores opuestos. No cabe duda, un ingrediente básico de la educación es nuestro ejemplo.

Claudio Naranjo escribe, en su obra: “Cambiar la Educación, para cambiar el Mundo”: “Si es tan difícil transformar a un adulto, puede resultar más sencillo comenzar con los jóvenes. Si pensamos en términos de una perspectiva global, teniendo en cuenta las necesidades más vitales que nos acucian como habitantes de esta tierra, la educación, y en particular toda ayuda que pueda prestarse al crecimiento de los